miércoles, 30 de abril de 2014

Transito por los "países" de Caracas...

Vivo en varios países que tienen la misma frontera. Vivo en varias realidades que despiertan bajo el mismo sol, cubiertas por el hermoso cielo caraqueño, amparadas por la más sublime de las “trincheras”: nuestro majestuoso Ávila. A lo largo del día intercambio, escucho, contemplo, toco y me dejo tocar por las diferentes realidades, por los diferentes países que habitan en la Capital.
Dos países separados, al igual que la ciudad  por el Guaire.
Foto de @erwinlopezccs

Transito primero por uno en el que todo está normal, en el que las colas, la inflación y la escasez se han incorporado a la cotidianidad, en el que la inseguridad hace rato forma parte del día a día; en el que se ha alzado la voz ante una sociedad que durante muchos años (más de quince) ha volteado la mirada y ha hecho oídos sordos.

Luego cruzo hacia otro de los países, cuyos habitantes permanecen en pie de lucha, elevando el tono contra unas condiciones de vida que resultan indignas, contra un gobierno que exige renunciar a la libertad, al libre tránsito, al derecho a pensar distinto. Ese país tiene quince años recibiendo insultos, siendo excluido, acusado de conspiración y de ser lacayo de un imperio.

Tropiezo posteriormente con otros habitantes que parecen zombis. Viven el retraso del Metro, las largas colas en los supermercados donde (¡por fin!) hay papel higiénico, servilletas, leche, margarina, azúcar, aceite, harina de maíz, harina de trigo y/o café (generalmente llegan uno o dos por vez). Ésos, como todos, son robados, padecen la corrupción y la burocracia cotidianas, se quejan entre dientes, pero ven de soslayo y critican a quienes alzan la voz de protesta.

A diario voy a otro país, con muchos menos habitantes que los anteriores, en el que viven quienes no solo sueñan con una realidad distinta, sino que a trabajan para construirla. Son seres que se exponen al recelo y las descalificaciones de los demás por querer actuar de acuerdo con la norma: respetan los semáforos, respetan a quienes piensan distinto e intentan no juzgarlos, apuestan por la solidaridad como vía para construir el futuro. Creen en el trabajo con el otro, no como vía de dominio, sino como posibilidad para crear otras realidades. Es este país en el que prefiero habitar, aunque paradójicamente esto me hace sentir extranjera en el resto de los países/islas que conforman mi realidad.

Independientemente de la "patria" que hayamos elegido habitar, todos enfrentamos las mismas situaciones, podemos darles nombres o explicaciones distintas, podemos justificarlas, cuestionarlas, aceptarlas o ignorarlas y, sin embargo, siguen afectándonos a todos. Por eso, en cada país, cada quien echa mano de su credo para pedir protección al salir de casa, y al final de la jornada para agradecer el regreso ileso o, al menos, con vida. Cada uno hace lo posible por no enfermarse y para que los suyos tampoco sufran esto, pues la enfermedad nos enrostra el estado comatoso de la salud en nuestro país.

Los habitantes de cada una de las islas/país tienen o conocen a alguien cuyos afectos, asfixiados por la realidad, tuvieron que salir de nuestras fronteras para volver a respirar. Todos, igualmente, intentamos vivir en lugar de sobrevivir, todos queremos un futuro mejor. Sin embargo, muchas veces pienso que son pocos los que parecen estar dispuestos a hacer el trabajo de hormiguita que supone construirlo.

A diario, mientras recorro esas realidades, me asaltan también las dudas: ¿estaré haciendo lo correcto?, ¿será que estamos dispuestos a salir de nuestras zonas de confort, renunciar a nuestros privilegios (grandes o pequeños), a correr el riesgo de escuchar a quienes piensan distinto?, ¿podremos deponer los deseos de protagonismo y unir esfuerzos para reconstruir un mejor país?, ¿seremos capaces de renunciar a la venganza y apostar por la reconciliación?, ¿será que soy demasiado come flor al desear esto?


 Por Bianca González

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