jueves, 26 de febrero de 2015

A propósito del Día de la Juventud

Al igual que aquel 12 de febrero de 1814, doscientos años después, la juventud venezolana entabló un combate desigual, aunque esta vez fue contra el poder de un gobierno totalitario.  [© Fotografía de Gabriel Osorio / Orinoquiaphoto]

Después de la derrota ante los ejércitos de la Corona Española en la Primera Batalla de la Puerta, a las tropas independentistas no les quedó otra alternativa que cubrir los caminos que, a través de los Valles de Aragua, conducían a la capital de la recién liberada República. Muchos hombres perdió Bolívar en la refriega, gran parte de ellos eran veteranos de la Campaña Admirable, quienes para la coyuntura bélica eran irremplazables dada las características del enemigo de turno: José Tomás Boves, asturiano, blanco del Estado Llano –es decir plebeyo–, quien lideraba una hueste que, según la demonología patriótica, debió salir del mismísimo Averno. El estandarte de esta “Legión Infernal” era la calavera, su leitmotiv, como muy bien reprodujo Uslar Pietri en sus Lanzas Coloradas, era el resentimiento, el deseo de venganza en contra de aquellos que querían, irónicamente, liberarlos.

Los patriotas defendieron los valles que circundan el Lago de Valencia con valentía, pero una a una sus poblaciones fueron cayendo en las manos de los 8000 venezolanos que seguían con el empeño de destruir a sus libertadores. Ante la inminente derrota, José Félix Ribas, que para el momento estaba encargado de la defensa de Caracas, recluta a los seminaristas y a los estudiantes laicos de la Universidad de Caracas, para llevarlos a vencer de manera heroica a un ejército superior en número y en capacidad combativa. Quizás de esta manera pudiéramos resumir lo que se repite una y otra vez en los libros de Historia de Venezuela, que, más allá de educar, se empeñan en hacer memorizar un evangelio independentista, sin hincar el diente en varias características interesantes de los contendientes en la Batalla de la Victoria. La primera: los enemigos de la República, van más allá de la figura de Boves y de alguno que otro canario, ya que, en su mayoría, estaban compuestos por el 80% de la población colonial, comprendiendo a negros esclavos, zambos, mulatos, mestizos, indígenas y pardos.  Aunque parezca insólito, la “Legión Infernal”, que tanto daño y destrucción causó, estaba compuesta por los venezolanos que fueron excluidos de la toma de decisiones en los asuntos del nuevo país, bien sea por su color, por sus antepasados o por su condición social. Boves es el primer gran héroe popular venezolano, de hecho es el primer Gran Taita, y sus seguidores fueron los que, para el chavismo, conformarían “el pueblo”.

La segunda: los defensores de la “libertad”, de los que tanto habla –desde la ignorancia– el “presidente” Maduro, eran los estudiantes del seminario y de la Universidad de Caracas, quienes poco antes de batallar tuvieron que aprobar un examen de limpieza de sangre para comprobar que no tuvieran, entre sus antepasados, a esclavos o indígenas. Es decir, que la Batalla de La Victoria, contrario a lo que nos hace creer la tradición, fue un enfrentamiento de clases entre los desposeídos, que veían a Boves (y por retruque al Rey) como protectores, y los republicanos, los “pelucones”, patiquines acomodados, que quisieron liberarse del Rey por arrogancia y ansias de más poder. Hoy, cuando nuestra juventud vuelve a arriesgar la vida en las calles de Venezuela, al enfrentarse a nuevas “Legiones Infernales”, queda la duda de si la lección, sobre la guerra social, que nos dieron personajes como Boves, no fue realmente aprendida, y nos lleva a cuestionarnos también sobre el sacrificio por la “libertad” cuando una parte importante del país se opone a ella.

Por Erwin López

miércoles, 25 de febrero de 2015

Escrito en Luz: Quito, esplendor colonial en un marco natural increíble

Parque nacional Cotopaxi. Al fondo, el volcán Rumiñahui. Foto de Erwin López

En un país donde el turismo se ha vuelto prioridad, jóvenes de todas partes del mundo se animan a conocer las bellezas naturales de Ecuador y a disfrutar de sus noches. Foto de Erwin López.

La Iglesia de la Compañía es rica material, histórica y culturalmente. Un lugar de obligada visita para quien llegue a Quito. Foto de Erwin López

La Ronda, calle donde poetas, bohemios y pintores ecuatorianos y latinoamericanos hicieron de las suyas durante más de un siglo. Foto de Erwin López.



La mitad del mundo, sitio que fue comprobado geográficamente hace ya dos siglos. Foto de Erwin López.

A diferencia de lo que pasa en Miraflores, donde el acceso a la sede del Ejecutivo está restringida, la gente pasea e incluso saluda al presidente Correa en el mismo frente del Palacio de Carondelet. Foto de Erwin López

La cotidianidad de la tranquila capital ecuatoriana se desarrolla en el monumental marco de su casco histórico. Foto de Erwin López.

La calle Venezuela en Quito, se ilumina mientras el día va dando paso a la noche. Foto de Erwin López.

Como diría René Pérez, Latinoamerica está llena de discursos sin saliva y de mucho, pero mucho, populismo. A pesar de su crecimiento económico, Ecuador no escapa de las garras del resentimiento. Foto de Erwin López

La tradición indígena se muestra en muchas facetas de la cotidianidad ecuatoriana. Aquí vemos a una mujer que vende bufandas a los turistas para poder mantener a su familia. Foto de Erwin López.
Por Erwin López

martes, 10 de febrero de 2015

La verdad como feudo y el poder como vicio

Venezuela en su cuartel laberíntico

Luego del triunfo de Hugo Chávez en diciembre de 1998, la promesa de lograr la refundación de la República fue consolidándose –como bien sabemos– gracias a las siguientes victorias del nuevo mandatario, que permitieron la modificación de la Constitución de 1961. Con la nueva Carta Magna nació también la llamada V República. En efecto, Venezuela tomó un nuevo rumbo y luego de dieciséis años podemos afirmarlo enfáticamente. Por supuesto, ese cambio, que significó notables virajes en algunos aspectos, terminó por mostrar su verdadera cara: más que una transformación de 180°, representó la profundización de un estigma bien conocido y relevante, que ocupa lugar preferencial en nuestra historia: el caudillismo. Y, por supuesto, ¿quién mejor que un (ex) militar para “promover cambios” y asumir tal rol en el incipiente siglo XXI?

Después de varios sucesos, de que se conjugaran diversos acontecimientos, el poder empezó a concentrarse peligrosamente en la figura de un hombre. Algunos empezamos a pensar en que revivían los inicios de nuestro siglo XX. El gobierno-partido fue controlando todo, confundiéndose con el Estado... Chávez hacía y deshacía. Tanto controló, y tanto significó, que sus partidarios, en líneas generales, no podían imaginar un gobierno sin el barinés. Me atrevo a decir que, incluso, a parte del pueblo opositor le costaba imaginar una Venezuela dirigida por otro hombre, cosa que no dejaba de generar una notable depresión. La nueva República ofrecía cheques en blanco por doquier, los Poderes se sometían a la voluntad de la figura central y hasta los medios empezaron a ser controlados. El gobierno personalista empezó a definir la verdad, el caudillo lograba así el cometido y su posterior muerte, por otra parte, terminó corroborando que está(ba)mos frente a una religión política, ahora con un mesías sacrificado.

El Poder, como droga, empezó a hacer su efecto desde hace tiempo. La evidente adicción se reflejó en las acciones de los miembros del partido-gobierno y el temor, ante la posibilidad de la abstinencia, los obligó varias veces a prensar los dientes y a retorcerse. Pasó con Chávez (recordemos, por ejemplo, cuando apareció junto al Alto Mando Militar para hablar de la “victoria pírrica de mierda”) y ocurre ahora, más todavía, con los sucesores enfrentado tan delicada crisis económica. El vicio, que es adicción y miedo, hoy hace que el gobierno se niegue a soltar un poco los hilos con los que maneja todo. La verdad, entonces, fue convertida en feudo, desde que Chávez gobernaba, y el régimen del heredero hasta le creó un noticiero con su nombre. Las afirmaciones gubernamentales empezaron a ser la verdad y, más preocupante todavía, las obvias mentiras también. Igualmente, las exageraciones y las omisiones, del oficialismo, sirvieron, y lo siguen haciendo, para configurar las certezas. Lastimosamente nuestro presente, cada vez más, parece una versión de la película Wag the dog. En otras palabras: no importa qué tan evidente sea la ficción presentada por el gobierno, si se repite constantemente como si fuera verdad en los medios. Y los dirigentes rojos son tan efectivos en esto (como afirmó Luis Ugalde: el gobierno sólo ha sido verdaderamente eficiente en su trabajo propagandístico) que aunque la actualidad nos golpea, no falta quien crea y defienda altivamente todo el cuento de la guerra económica, sin reparar en los notables detalles contradictorios.

El señor feudal, a fin de cuentas, defiende su tierra como sea porque ésta lo es todo, define su poder. El pueblo, su pueblo, que antes parecía manejado a través de una relación clientelar, hoy retrocede al vasallaje en tiempos de guerra. Es que, insisten, mucho le debe el pueblo a la revolución, aunque la miseria nos esté tragando y los beneficios sean tan escasos como los productos de primera necesidad. Los líderes revolucionarios siguen llamando al pueblo para que defienda el partido-gobierno-Estado, porque la verdad, ésa que nos imponen, es que estamos frente a una guerra económica, que el Imperio tumba los precios del petróleo para perjudicarnos y que Arabia Saudita es cómplice, que la violencia en el país es culpa de los colombianos y que el resto del mundo pasa por una crisis semejante. Quieren prohibir, por otra parte, que la gente se pregunte cómo es posible aunque algunas de las afirmaciones anteriores puedan ser parcialmente ciertas que el gobierno y el país sean tan frágiles luego de los años de bonanza y que nuestro mandatario no pueda hacer más que activar su locus de control externo, después de ser uno de los protagonistas de este proceso que lleva dieciséis años... dieciséis años controlando todo el poder, para ser específico. En esta dinámica hasta tienen la desfachatez de omitir, de no reconocer abierta y contundentemente, lo que los empresarios y opositores gritan: “si la escasez existe por la guerra económica, ¿por qué también es difícil encontrar el aceite Diana, el cemento, la harina Juana, las cabillas, el café Fama de América, entre otros productos de empresas expropiadas? ¿Por qué no ha mejorado el problema luego de las intervenciones gubernamentales? 

Hoy, en consecuencia, los justos reclamos, las desnudadas incongruencias, quedan al margen, son transformadas en silencio, o en susurros, frente a las repeticiones de la gran maquinaria comunicacional del oficialismo. Hoy el Presidente de la Asamblea, sin importar lo que se vive en Venezuela, sigue decidiendo quién habla, quién dirige comisiones, cuál es la autocrítica permitida y quién puede reclamar. El mandatario Nicolás Maduro, igualmente, puede aprobar que se encarcelen empresarios, en medio de shows mediáticos (tan nocivos política-económicamente), luego de –contradictoriamente– hacer un llamado conciliador a las empresas privadas y solicitar el apoyo de los economistas críticos. Hoy vivimos de acuerdo al legado del gobierno personalista de Chávez. Y, ante la pregunta que Luis Ugalde formuló en su artículo Prohibido hablar, puedo decir que la respuesta es evidente: Diosdado Cabello y muchos otros dirigentes revolucionarios consideran que nuestro país es un cuartel (otra imposición), en donde todos deben obedecer cuando el militar manda a callar. Hoy, por si fuera poco, la acción de la disidencia es también controlada por el poder gubernamental para que no haga daño, pero para que sirva, al mismo tiempo, de triste disfraz que reafirme la democracia.

Por Manuel Ferreira Cid

viernes, 6 de febrero de 2015

En dos líneas y media

Filósofo, escritor, crítico, ensayista, semiólogo estructuralista francés.
Foto: Imágenes de Google

"Saber que uno no escribe para el otro, saber que estas cosas que voy a escribir nunca harán que me ame quien amo, saber que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que ella está precisamente allí donde tú no estás -es el comienzo de la escritura"

Roland Barthes

jueves, 5 de febrero de 2015

"Ha llegado un inspector"

El pasado fin de semana tuve la oportunidad de ver Ha llegado un inspector, obra original del inglés J.B. Priestley (1946), representada en el país desde hace algunos meses gracias al Grupo Teatral Skena. Esta versión de Ugo Ulive, producida y dirigida por Basilio Álvarez, mezcla la intriga con algo de humor, gracias a las buenas interpretaciones de actores como el reconocido Jorge Palacios (Inspector Goodman).

La obra inicia cuando la más que acomodada familia Birling celebra el compromiso de la joven Sheila con Gerald Croft. En medio de este encuentro festivo se van mostrando las características de la familia y, en especial, del padre, Arthur Birling, quien resulta ser un hombre de pocos escrúpulos, capaz de sugerir que, ante cualquier inconveniente, la solución más inteligente no es la moralmente más adecuada. Es en ese momento cuando aparece inesperadamente el Inspector Goodman, no sin algo de misterio, para interrogar a la familia (incluyendo al futuro yerno) acerca de un suceso que acaba de ocurrir: Una joven se ha suicidado, ingiriendo un desinfectante, y –luego de revisar el apartamento y el diario de la chica– el funcionario ha considerado continuar su investigación en la mansión de los Birling, logrando, con sus precisas preguntas, demostrar que cada uno de los miembros tuvo algo que ver con la lamentable muerte.

¿Culpables de un suicidio? La obra llama a la reflexión sobre la responsabilidad que cada persona tiene en relación con los otros. Muestra cómo una decisión puede afectar vidas ajenas, en especial en sociedades como la representada en la obra, caracterizada por la marcada desigualdad social, así como por el abuso de poder de los miembros de las clases y estamentos dominantes. El Inspector, luego de develar todos los hechos, se despide con un discurso aleccionador que parece dar por concluida la obra; pero la trama continúa con la discusión que se genera en la casa, a raíz de la inesperada visita, en la cual se enfrentan dos perspectivas: la indolente (de los padres) y la afectada (de los hijos), situación que se mantiene incluso luego de que tanto Croft como el señor Birling parecen descubrir que todo lo ocurrido fue una simple broma.

La obra culmina con un giro repentino, quebrando la linealidad del tiempo. La realidad, reiniciada, vuelve a perturbar la ahora inestable tranquilidad de esta familia de poderosos, gracias a la labor de un Inspector que es capaz, nuevamente, de confrontar la frágil moral del resto de los personajes.

Por Manuel Ferreira Cid