jueves, 31 de julio de 2014

Escrito en luz: La cotidianidad de Caracas

La ciudad sigue su estruendosa rutina en medio de un estupendo atardecer. Los carros siguen generando sus ruidos indecorosos, a pesar del majestuoso espectáculo, y la gente sigue caminando como si nada. Para mí, fue una parada obligatoria.

Por Erwin López

miércoles, 30 de julio de 2014

Metropolitano: cotidianidad, interrupciones...

Foto: Correo del Orinoco
«Buenos días señores». La gente empezaba a poner mala cara ante la interrupción de un pasajero que ya concebían como molesto. La voz de ese individuo, parado en un extremo del vagón, aumentaba la predisposición del resto de los usuarios: esa voz particular que no tienen todos, si es que existe una voz común. Era el Metro en una mañana calurosa, desplazándose nuevamente, como cada día, producto mismo de un desplazamiento; es la cotidianidad de esos cinco días que perfectamente parecen ser más. «Buenos días», respondieron algunos. «Gracias a los educados señores que contestaron. Bien sé que muchos no responden porque les molesta esto que viven comúnmente, que se repite. Sé que muchos prefieren la indiferencia. Pero escúchenme un momento y, después de hablar, me verán algunos, muchos de quienes ahora no me miran». La gente pensaba, pero ¿qué pensaba la gente? Seguramente en la fiel inmortalidad del cangrejo (tan mortal como todo). Otros, en el fastidio causado por esa voz que se abría paso en medio del vagón, el cual –a decir verdad– de vagón tenía poco: más parecido, en realidad, a una lata llena de sardinas bien compactadas. «Señores, sí, vengo a pedirles una colaboración, pero principalmente vengo a dejarles un mensaje, un mensaje para que protejan a sus seres queridos, un mensaje que nace del dolor de mi pecho, un mensaje para que eviten que sus hijos, al igual que yo, contraigan el VIH». Efectivamente, muchos lo miraron, muchos de los antiguos indiferentes.

En frente, un señor elevó la vista sobre su periódico y me vio (después de escuchar esa frase soltada) para –posteriormente– seguir leyendo. El periódico era de fácil manejo, con una noticia en primera plana muy parecida a la titulada por los otros periódicos, pero caracterizada por su lenguaje coloquial. A la derecha, una señora amamantaba a una bebita, quien, al parecer, más escuchó el mensaje de aquel hombre que su propia madre, porque inmediatamente soltó la fuente alimenticia y posó su vista en la persona que continuaba hablando y caminando. «El uso de preservativos es importante», continuaba diciendo, pero ya nadie miraba, sólo dudaban. «No quisiera pedirles dinero, pero no tengo trabajo. Soy estilista y me han despedido. En otros lugares esto no es así, en otros lugares el SIDA es igual que el cáncer, que cualquier enfermedad. Si les da miedo tocarme, eso no me molesta: colocaré mi gorra y podrán depositar ahí lo que quieran brindarme».

¿Han visto la cara de la gente? Apilados en el vagón, algunos observan el techo, evitan cruzarse las miradas y no permiten que sus bocas se destensen. Nadie está contento. Sólo parecen estarlo aquellos jóvenes que ríen y bromean en grupo. Es el Metro y la realidad. Es el caminar bajo el sol y entrar a una lata de sardinas, durante las horas pico, para perder el aire más que para desplazarse. Es el poder cruzar las fronteras junto a gente que habla, que calla, que mira y se sostiene como puede; que escucha la música estruendosa e impositiva de aquel celular. Es, también, la voz del hombre que pasa a duras penas recogiendo las migajas del suelo. Las migajas de la sociedad. En esa ocasión, con esa historia que se parece a tantas otras, el joven pasó y recibió el dinero que algunos le dieron mientras mantenían las mismas malas caras del principio, quizá también los mismos rostros  indiferentes o dubitativos.

Es, finalmente, la novela de los días, que se escribe con el caminar del pueblo. En algún momento alguien se librará del trepidante paso de la multitud, saltará sobre las páginas gracias a un impulso repentino. Pero, después, seguramente, volverá a enfrentar esa caminata, aunque sus pies estén quietos, aunque sus pies no quieran moverse; simplemente, se dejará llevar cargado por la gente, que camina y camina, que va y viene mecánicamente. Las masas pasan, vuelven, inician – se transforman – finalizan; siempre en colas, en el país de las largas colas, arriados por un dios imaginario, muy imaginado y admirado, ¿o perdido? Sonó entonces algo dentro del caluroso vagón, se detuvo el transcurrir y salió la gente golpeando a la gente, el rebaño golpeando rebaños, embistiendo y, en un letrero, que el astigmatismo volvió borroso, divisé un molesto mensaje «revolucionario», acompañado por rostros diversos que parecían reírse del espectáculo, de aquella tragedia.

Por Manuel Ferreira

martes, 29 de julio de 2014

Escrito en luz: ¿Inmolación sin sentido?

Parte del arsenal de la revolución, queda como evidencia de la lucha.
Por Erwin López. @MenuWeyu2014. 

Otra muestra de los dispositivos de represión utilizados por el gobierno venezolano para reprimir las manifestaciones de meses pasados. Por Erwin López. @MenuWeyu2014. 

Argumento suicida: nuestra juventud luchó a todo o nada, quijotescamente. Fue incomprendida por sus "aliados" y demonizada por el gobierno. Por Erwin López. @MenuWeyu2014. 
El cementerio de la lucha "guarimbera" que se encuentra en Plaza Altamira es un triste testimonio del sacrificio de los estudiantes en la lucha contra la dictadura. Luego de llegar a un punto muerto, en el cual el liderazgo se debilitó, y la lucha violenta no logró resultados, nos preguntamos: ¿Sirvió de algo arriesgar la vida?

Por Erwin López

domingo, 27 de julio de 2014

Día del Bibliotecólogo en Venezuela: El primer bibliotecario

“La Universidad, señores, no sería digna de ocupar un lugar en nuestras instituciones sociales
si (como murmuran algunos ecos oscuros de declamaciones antiguas)
 el cultivo de las ciencias y de las letras pudiese mirarse como peligroso
 bajo un punto de vista moral, o bajo un punto de vista político. 
La moral (que yo no separo de la religión) es la vida misma de la sociedad; 
la libertad es el estímulo que da un vigor sano y una actividad fecunda a las instituciones sociales”. 

Andrés Bello. (17 de septiembre de 1843)


Fuente: Argentina.ar
Hoy, domingo 27 de julio de 2014, se celebra en Venezuela el Día Nacional del Bibliotecólogo y el Archivólogo. En esta oportunidad, y a propósito de tan especial fecha, quisiera compartir con los lectores y, sobre todo, con mis colegas venezolanos una historia más: la del primer bibliotecario.

Escribiendo junto a Juan D. Machin-Mastromatteo para la Encyclopedia of Library and Information Sciences, de la Taylor & Francis, el artículo “Venezuela: Libraries and Librarianship, encontramos algunos datos históricos muy interesantes acerca de nuestros orígenes bibliotecarios.

Por ejemplo, la primera biblioteca colonial conocida en territorio venezolano no fue establecida en la otrora ciudad de Santiago de León de Caracas sino en Santa Ana de Coro, por allá a finales del siglo XVI (Himiob, p. 30). Lo que hoy conocemos como la capital del estado FalcónCoro, al noroeste de las costas venezolanas, entrada a la Península de Paraguaná.

O, que de las primeras bibliotecas coloniales en Caracas, una de las más famosas fuera la traída desde Europa por el dominico fray Antonio González de Acuña, obispo fundador del seminario de Santa Rosa de Lima en 1.673 (Pérez, p. 443a), lugar en donde funcionaba la biblioteca y que, según el historiador Caracciolo Parra León, constaba de unos dos mil volúmenes con “las últimas corrientes filosófico-políticas de la época” (Himiob, p. 31).

También encontramos la primera vez que se hizo mención al bibliotecario en un documento oficial: un decreto del provincial de la orden franciscana, Diego de Hoces, expedido en Caracas el 1° de agosto de 1.691 que establecía cómo debía ser el funcionamiento de las bibliotecas de los conventos. El decreto mandaba a que se nombrara un bibliotecario, para atender el préstamo circulante 2 horas diarias y llevar control escrito de las obras prestadas (Pérez, p. 443b).

Pero, sin duda alguna, el dato que más llamó la atención es el que ofrece el investigador Omar Alberto Pérez en la entrada “Bibliotecas” del Diccionario de Historia de Venezuela de Fundación Polar, y es el siguiente:

El primer bibliotecario venezolano conocido y del cual se tenga registro es Cristóbal de Quesada, cumanés, fraile mercedario, educador y maestro de latinidad y gramática de Andrés Bello. Éste religioso de la “redención de los cautivos” fue bibliotecario de la biblioteca del convento de la Merced de Caracas a comienzos de 1.790.

La vida de este personaje, incógnito –hasta ahora– para mí, es por demás interesante. Una aventura de vida, más bien, diría. Un personaje digno para un filme criollo de la Villa del Cine... ¿Por qué no? Y ¿cómo no?

Ruinas de la Iglesia de las Mercedes en 1842.
Obra de Ferdinand Bellerman (vía Abraham Quintero)
Cristóbal de Quesada y Arias (1.750-1.796) cuenta el investigador Pérez (p. 786) nació en Cumaná, actual capital del estado Sucrehijo del inmigrante canario Domingo Díaz de Quesada y de la cumanesa Josefa Antonia Arias. Con apenas 14 años de edad, profesó como novicio en el convento de la Merced de Caracas. Y ya para 1.773 alcanzaría el nombramiento de lector y maestro de latinidad en la sede caraqueña. Luego, pasó al convento de Santo Domingo en La Española (actual República Dominicana), en donde impartió enseñanzas por un tiempo. Allí, el padre Quesada, pudo presenciar el inicio de la reforma de los conventos en América, decretada por el Rey Carlos III en julio de 1.769.

Más adelante, regresa a Caracas ordenado como presbítero de la mano del fray Francisco Cuadrado, quien fuera visitador reformador de la orden mercedaria. Éste mismo visitador también le otorgó “letras dimisorias” para ordenarse como sacerdote en Maracaibo, lo cual hizo a mediados de 1.775.

De vuelta a Caracas, y afectado por las situaciones de humillación e injuria que soportaban los mercedarios por la mencionada reforma de los conventos, Quesada lideró el movimiento de protesta de los religiosos de la Merced por la aplicación de los drásticos mandatos de la reforma y las funciones del visitador. Tanto así que fue capaz de redactar un Memorial de quejas y agravios de más de 50 folios. El escrito, descubierto por el historiador Lucas G. Castillo Lara, además de describir la ignominia de los mercedarios por la actuación del comisario visitador, es el único texto de Quesada conocido hasta ahora.

El memorial redactado por Quesada fue enviado al Consejo de Indias por el gobernador de Caracas José Carlos Agüero, en diciembre de 1.775. Fue así como, días después, se vio obligado a marcharse a su natal Cumaná y, protegido por el vicario eclesiástico de la ciudad, vivió con sus padres por 3 años y se le fue asignado un curato. En reiteradas oportunidades fue exhortado a que regresara a la sede mercedaria de Caracas para que respondiera por todas las imputaciones a causa del memorial insurgente, pero avanzó el proceso de represión y, así, fue declarado “apóstata y fugitivo”.

Evidentemente, éste huyó. Se desconoce su lugar de residencia entre los años 1.778 y 1.790. Sin embargo, Andrés Bello contó a su biógrafo Miguel Luis Amunátegui que Quesada habría abandonado los hábitos por unos “amoríos ilícitos” y emigrado a la Nueva Granada (actual Colombia). Cuenta Bello que allí vivió Quesada con el nombre de Carlos Sucre (Cardozo, p. 141. Ver documento) y se convirtió en el secretario privado del virrey (dato que coincide, curiosamente, con el virreinato del arzobispo Antonio Caballero y Góngora, llamado el “virrey ilustrado”). Descubierta su verdadera identidad, Quesada confesó la verdad y le solicitó al virrey que le permitiera regresar a su convento caraqueño, “sin escándalo ni humillación”. Y, al parecer, así fue.

Iglesia de Las Mercedes, en la década de 1.950 aproximadamente.
Se puede ver al lado la casa de infancia de Andrés Bello.
Foto: de María Sigillo
A comienzos de 1.790, de nuevo en Caracas, se encontraba en su vida regular de fraile. Fue nombrado bibliotecario del convento de la Merced. Se dice que enriqueció notablemente la biblioteca con libros que hacía traer de Europa. Fue entonces cuando se inició como preceptor de gramática y latín del joven Andrés Bello (Gómez, p. 212), a pedido de un tío de éste.

En un apunte biográfico de Pedro Grases sobre Andrés Bello, éste da algunos detalles de ese vínculo: “Bello vivió sus primeros años en la casa del abuelo materno, Juan Pedro López, situada detrás del convento de los Mercedarios, en Caracas. La vecindad del convento de La Merced tuvo real trascendencia en el niño Andrés, por cuanto que la biblioteca conventual fue centro de sus primeras lecturas, y donde, además, entró en relación con su maestro de latinidad, fray Cristóbal de Quesada, notabilísimo conocedor de la lengua y literatura latinas, quien echó los cimientos del humanismo clásico en el alma de Andrés Bello”.

Cierra su entrada Omar Alberto Pérez diciendo que el padre Quesada gozaba de la fama de ser uno de los humanistas más versados en letras y latinidad. Y, además, que su influencia sobre Bello, al parecer, fue decisiva para la vocación de éste.

También, en su texto biográfico, Grases señala que: “a los años de 1.797 y 1.798 deben corresponder los días en que Bello dio clases a Simón Bolívar, año y medio menor, en la suerte de academia privada que la familia del futuro Libertador le organizó en su propia casa. Bolívar recordaría más tarde ese magisterio como timbre de buena enseñanza”. Concluye Grases: Bello fue el primer humanista de América.

A juicio del bibliotecólogo y profesor Santos Himiob, antes de Quesada pudiera considerarse a Francisco de Miranda como una especie de “primer bibliotecario” venezolano; sin embargo, hay muchas razones para considerarlo más bien un bibliófilo universal. Algunos historiadores pudieran pensar que mucho antes de Quesada, esto es entre los siglos XVI y XVII, existieron otros bibliotecarios en Venezuela; y, en efecto, ya en 1.691, en documentos oficiales, se menciona el nombramiento de un bibliotecario para atender las “librerías (bibliotecas) de los conventos”. Pero, no es sino hasta finales del siglo XVIII que aparece el primer bibliotecario criollo con nombre y apellido, y ése es Cristóbal de Quesada, un humanista que encontró en Andrés Bello a su mejor discípulo, a un aprendiz del pensamiento liberador, a un aliado histórico.

Cristóbal de Quesada, el primer bibliotecario de Venezuela hasta que se demuestre lo contrario…


Versión original en Infotecarios
Por Renny Granda

miércoles, 16 de julio de 2014

"Duelo de arrabal" - José Antonio Ramos Sucre

José A. Ramos Sucre
Destacado poeta e intelectual venezolano.
En la pobre vivienda de suelo desnudo, alumbrada con una lámpara mezquina, las mujeres se congregaron a llorar. Fuertes o extenuados alternativamente, no cesaban los trémulos sollozos, palabras ahogadas y confusas escapaban de los pechos sacudidos, gestos de dolor suplicaban a los cielos mudos. En torno de un pequeño ataúd crecía el clamor y llegaba al delirio; contenía el cuerpo de un niño arrebatado por la muerte a la vida de arrabal. Hacia un rincón estaban reunidos en haz los juguetes recién abandonados, junto a los pobres útiles de industrias femeninas, y, en irónica ofrenda a los pies del Crucifijo, las drogas sobre la mesa descubierta. Nobles sacrificios fracasaron en resguardo de su vida: el consumo del ahorro miserable, los días de zozobra, las noches de vigilia. Aquel día, cuando la oscuridad prosperaba hasta en el ocaso tinto de sangrante sol, vino la muerte al amparo de las sombras leves y benignas, con fría palidez sellando su victoria. 

Vino a aquella mansión, como a otras muchas; un mal tremendo, como aquel que de orden divina diezma los primogénitos de Egipto, apenas dejó casa pobre sin luto. Por su influjo tuvieron de cuna el seno de la tierra innumerables niños, despedidos por coros gemebundos, lamentados con llanto breve y clamoroso, el llanto de quienes en la vida sin paz tienen peor enemigo que la muerte.

Siguiendo el general destino de los tristes que, con la urgente pobreza, desconocen el deleite del recuerdo lloroso, los dolientes de la pobre vivienda, alumbrada con una lámpara mezquina, también se lamentaron con desesperanza pasajera. Las voces roncas gimieron hasta la partida del pequeño cadáver; pero el olvido, ante el esperado afán del día siguiente, hizo invasión con el sosiego de la primera noche augusta y encendida.

"Duelo de arrabal". Obras completas
José Antonio Ramos Sucre

lunes, 14 de julio de 2014

En dos líneas y media

Hoy se conmemora el fallecimiento
del Generalísimo


“El cuerpo social está oprimido cuando un ciudadano sufre opresión


Francisco de Miranda

miércoles, 9 de julio de 2014

II- España (el puente), Francia y el retorno

Puedes leer la primera parte: I- Por la tierra de Camoes

Foto: @manuelfcid
Empezando por Ourense, entre encuentros familiares, fuimos hasta Vigo para contemplar el puerto desde la colina, no sin antes recibir la bienvenida por parte de esos briosos caballos que, día tras día, compiten hacia la más alta meta: el cielo. Retomando el camino hacia Francia, pasando por vías estrechadas entre mares de girasoles, que brillaban esplendorosos bajo el sol, llegué a León, que sólo me dejó, en el recuerdo, el guiño xenófobo de una joven, hecho curioso, especialmente, por su evidente estampa andina. Más adelante cruzamos, como una caricia, cerca de San Sebastian, de bello porte y distintiva arquitectura, hasta llegar a la pequeña Mourenx francesa (Distrito de Pau), para descansar cobijados por la calidez de la familia. Con el renacimiento del sol, el camino esperaba ávido por nuestro recorrido hacia Marsella.

Ya en la portuaria y sureña ciudad, contemplé su abarrotada imagen, su peculiar aroma y, con el nuevo amanecer, sometí mi cuerpo en su fría playa cercana. Me deshice mirando el azul intenso de La Calanque, cuyas aguas, de intenso color, me adormecían. Crucé por las extendidas vías subterráneas de la ciudad, descansé en un verde parque en el que habitaban patos, tortugas y gallos. Me detuve, en ese mismo espacio, a ver la catedral que coronaba la ciudad, esa que puede ser vista desde cada rincón.

Foto: @manuelfcid
Elevada, guardiana, se distingue así Notre-Dame de la Garde. Desde sus predios, sobre la ciudad, me detuve a ver el puerto autónomo y el viejo. Sobre todo, más alta todavía, “La buena madre” quien, dorada, carga al niño mientras vigila el puerto. Se erige la catedral, entonces, recubierta de mármol, sobre un antiguo puesto de observación que servía anteriormente para resguardar la entrada marítima. Hoy es lugar de culto, el predilecto de los antiguos pescadores marselleses, quienes dejaron imágenes, como ofrendas, para decorar las paredes internas de la catedral. Atravesando la pequeña Cripta ingresé propiamente al templo, también recubierto de mármol y, sobre su altar, una imagen plateada de María y el Niño. Preferí salir solo y volver a contemplar las esculturas, como la de Jesús y María Magdalena, enternecedora, y seguir detallando la ciudad: con su Ayuntamiento, con la Basílica de Santa María la Mayor. Me senté, luego, para soñar con lecturas frente a la lejana imagen del Castillo de If. Arriba, con la catedral a mi espalda, 162 metros sobre el puerto, el perfume fresco hacía olvidar el aroma estancado de la ciudad.

Días después seguí hasta Saint Tropez, que poco alimentó mis expectativas, y, adelante, Saint Raphael con sus casas lujosas y sus postales marinas llenas de lanchas y yates, apostados, muchos, en el puerto o en ensenadas maravillosas (hasta un poco melosas). Bella y elevada, San Rafael permite el descenso a Cannes en donde el sueño del cine hace presencia. Caminé, así, frente al Martinez y el Carlton, para luego sentarme a degustar una costosa Pelforth mientras observaba las sombrillas playeras sobre las cuales se distinguían los bañantes y los grandes yates. El cine cobraba vida frente al mar. Las estrellas, los poderosos, bajo las sombrillas, se relajaban mientras yo disfrutaba de cada paso, de cada bocanada de aire, imaginando historias, imaginando encuentros. Lo cotidiano, para algunos, puede ser el pequeño milagro de otros.

Breve fue el recorrido por el país galo y rápido el retorno hacia Portugal. Cataluña se quedó como un suspiro, dejando sólo una compra difícil por las distancias idiomáticas impuestas. Un desvío no tomado, en Galicia, retraso nuestro arribo, hasta que por fin pudimos llegar y descansar tras el maratónico viaje.

En Portugal repasamos algunos lugares y visitamos nuevos Santuarios en Braga. Uno fue el Bom Jesus do Monte, con su inmensidad, con sus coloridos jardines y la posibilidad de un extenso recorrido por “el calvario”. La naturaleza y el catolicismo reinan juntos en espacios como éste. Luego nos esperaba otra catedral: la de Nossa Senhora do Sameiro, el segundo centro de mayor devoción mariana en Portugal, que –a través de su estrecho pasadizo– nos permitió llegar hasta el cimborrio para ver la ciudad y la extensión del santuario.


Foto: @manuelfcid
El viaje llegaba a su fin. La transformación que implicaba no dejaba rastro, aunque sí diversos contraste en las pupilas, incapaces de abandonar las comparaciones. Recorrimos el río Douro, llegamos al Peso da Régua, entre los viñedos gracias a los que degustamos los conocidísimos vinos de Oporto (vinhos do Porto). Paseamos por los alrededores de la hermosa Nossa Senhora da Penha y luego fuimos a la playera Aveiro, cuyos canales cruzan la ciudad y la convierten en una especie de Venecia portuguesa. Como punto final sólo quedaba Guimarães, la primera capital de Portugal, que permitió un interesante viaje por la historia del país ibérico gracias al Castillo de Don Alfonso Henriques y al Palacio de los Duques de Bragança. La historia, entonces, fue inicio y fin: los recuerdos familiares acompañaron los primeros pasos, mientras que la historia portuguesa, la de Alfonso I y Catarina de Bragança, concluyeron magistralmente este viaje con un brillante punto final.


Por Manuel Ferreira Cid

lunes, 7 de julio de 2014

De puntera: Dos grandes ausencias y un adiós


El Mundial llega a la recta final y notables ausencias –por lesión– pueden afectar las opciones de dos de las grandes favoritas. Argentina se queda sin Di María y Brasil pierde a Neymar (sin olvidar que no podrá contar con Silva, en la semifinal, por suspensión). Mientras, otra gran estrella se retira definitivamente, enlutando el mundo del fútbol: ¡Hasta siempre, Di Stéfano!

Foto: Ecuavisa.com

Alfredo Di Stéfano
(1926-2014)

viernes, 4 de julio de 2014

En dos líneas y media

Filósofo y profesor. Foto: Bbaw.de

"La finalidad de la educación está en desarrollar en cada individuo toda la perfección de que es capaz"

Immanuel Kant

jueves, 3 de julio de 2014

"A imagen y semejanza" - Mario Benedetti

Era la última hormiga de la caravana, y no pudo seguir la ruta de sus compañeras. Un terrón de azúcar había resbalado desde lo alto, quebrándose en varios terroncitos. Uno de éstos le interceptaba el paso. Por un instante la hormiga quedó inmóvil sobre el papel color crema. Luego, sus patitas delanteras tantearon el terrón. Retrocedió, después se detuvo. Tomando sus patas traseras como casi punto fijo de apoyo, dio una vuelta alrededor de sí misma en el sentido de las agujas de un reloj. Sólo entonces se acercó de nuevo. Las patas delanteras se estiraron, en un primer intento de alzar el azúcar, pero fracasaron. Sin embargo, el rápido movimiento hizo que el terrón quedara mejor situado para la operación de carga. Esta vez la hormiga acometió lateralmente su objetivo, alzó el terrón y lo sostuvo sobre su cabeza. Por un instante pareció vacilar, luego reinició el viaje, con un andar bastante más lento que el que traía. Sus compañeras ya estaban lejos, fuera del papel, cerca del zócalo. La hormiga se detuvo, exactamente en el punto en que la superficie por la que marchaba, cambiaba de color. Las seis patas hollaron una N mayúscula y oscura. Después de una momentánea detención, terminó por atravesarla. Ahora la superficie era otra vez clara. De pronto el terrón resbaló sobre el papel, partiéndose en dos. La hormiga hizo entonces un recorrido que incluyó una detenida inspección de ambas porciones, y eligió la mayor. Cargó con ella, y avanzó. En la ruta, hasta ese instante libre, apareció una colilla aplastada. La bordeó lentamente, y cuando reapareció al otro lado del pucho, la superficie se había vuelto nuevamente oscura porque en ese instante el tránsito de la hormiga tenía lugar sobre una A. Hubo una leve corriente de aire, como si alguien hubiera soplado. Hormiga y carga rodaron. Ahora el terrón se desarmó por completo. La hormiga cayó sobre sus patas y emprendió una enloquecida carrerita en círculo. Luego pareció tranquilizarse. Fue hacia uno de los granos de azúcar que antes había formado parte del medio terrón, pero no lo cargó. Cuando reinició su marcha no había perdido la ruta. Pasó rápidamente sobre una D oscura, y al reingresar en la zona clara, otro obstáculo la detuvo. Era un trocito de algo, un palito acaso tres veces más grande que ella misma. Retrocedió, avanzó, tanteó el palito, se quedó inmóvil durante unos segundos. Luego empezó la tarea de carga. Dos veces se resbaló el palito, pero al final quedó bien afirmado, como una suerte de mástil inclinado. Al pasar sobre el área de la segunda A oscura, el andar de la hormiga era casi triunfal. Sin embargo, no había avanzado dos centímetros por la superficie clara del papel, cuando algo o alguien movió aquella hoja y la hormiga rodó, más o menos replegada sobre sí misma. Sólo pudo reincorporarse cuando llegó a la madera del piso. A cinco centímetros estaba el palito. La hormiga avanzó hasta él, esta vez con parsimonia, como midiendo cada séxtuple paso. Así y todo, llegó hasta su objetivo, pero cuando estiraba las patas delanteras, de nuevo corrió el aire y el palito rodó hasta detenerse diez centímetros más allá, semicaído en una de las rendijas que separaban los tablones del piso. Uno de los extremos, sin embargo, emergía hacia arriba. Para la hormiga, semejante posición representó en cierto modo una facilidad, ya que pudo hacer un rodeo a fin de intentar la operación desde un ángulo más favorable. Al cabo de medio minuto, la faena estaba cumplida. La carga, otra vez alzada, estaba ahora en una posición más cercana a la estricta horizontalidad. La hormiga reinició la marcha, sin desviarse jamás de su ruta hacia el zócalo. Las otras hormigas, con sus respectivos víveres, habían desaparecido por algún invisible agujero. Sobre la madera, la hormiga avanzaba más lentamente que sobre el papel. Un nudo, bastante rugoso de la tabla, significó una demora de más de un minuto. El palito estuvo a punto de caer, pero un particular vaivén del cuerpo de la hormiga aseguró su estabilidad. Dos centímetros más y un golpe resonó. Un golpe aparentemente dado sobre el piso. Al igual que las otras, esa tabla vibró y la hormiga dio un saltito involuntario, en el curso del cual, perdió su carga. El palito quedó atravesado en el tablón contiguo. El trabajo siguiente fue cruzar la hendidura, que en ese punto era bastante profunda. La hormiga se acercó al borde, hizo un leve avance erizado de alertas, pero aún así se precipitó en aquel abismo de centímetro y medio. Le llevó varios segundos rehacerse, escalar el lado opuesto de la hendidura y reaparecer en la superficie del siguiente tablón. Ahí estaba el palito. La hormiga estuvo un rato junto a él, sin otro movimiento que un intermitente temblor en las patas delanteras. Después llevó a cabo su quinta operación de carga. El palito quedó horizontal, aunque algo oblicuo con respecto al cuerpo de la hormiga. Esta hizo un movimiento brusco y entonces la carga quedó mejor acomodada. A medio metro estaba el zócalo. La hormiga avanzó en la antigua dirección, que en ese espacio casualmente se correspondía con la veta. Ahora el paso era rápido, y el palito no parecía correr el menor riesgo de derrumbe. A dos centímetros de su meta, la hormiga se detuvo, de nuevo alertada. Entonces, de lo alto apareció un pulgar, un ancho dedo humano y concienzudamente aplastó carga y hormiga.

Mario Benedetti