martes, 29 de abril de 2014

Cuatro Papas osados


Imagen tomada de ABC.es
“Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”. Así concluye el Papa Francisco su homilía en la ceremonia de canonización realizada, de manera solemne, en Ciudad del Vaticano, y que de manera multitudinaria reunió a devotos, gente de otras confesiones y no devotos, dado el impacto que provocó el liderazgo del ministerio que ejercieron Juan Pablo II y Juan XXIII en el mundo. No hay lugar a dudas en la novedad de sus propuestas y en la huella que han dejado para los nuevos tiempos. Por eso se ha tomado la decisión de iniciar un proceso de canonización, el cual pasó por reconocer las virtudes heroicas, luego reconocer un milagro, para dar el paso de la Beatificación, y, por último, esperar otro próximo milagro para la canonización. Y me pregunto, ¿por qué en este momento preciso se manifiesta como prudente reconocer la santidad de estas dos personas?

Una canonización siempre es para la Iglesia uno de los logros más importantes que se hacen públicos, pero ¿cuánta gente de buena voluntad, que ante los ojos de Dios seguramente es reconocida, merecen esa gracia ante los ojos de los hombres? Este criterio le corresponde discernirlo a la Congregación para la Causa de los Santos con su equipo de teólogos, médicos y personas dedicadas a ver con lupa las acciones de cada fiel y el sentir de la Iglesia con respecto a esto. Podríamos preguntarnos en Venezuela, una y otra vez, ¿por qué no se ha llegado, todavía, a ese proceso con José Gregorio Hernández? Es una incertidumbre recurrente; pero, más allá de las razones, Dios lo tendrá mejor premiado sin necesidad de estar oficialmente en una estampa con el gozo de la santidad y, por supuesto, ya ha calado como un estandarte, por sus méritos, en los corazones de los hombres y mujeres venezolanos. Algún día llegará el momento público del reconocimiento al médico santo de Venezuela. Lo cierto de todo esto es que el proceso de canonización está lleno de más trabas que vías, como podemos evidenciarlo con el caso de José Gregorio Herrnández, y no por pertenecer a unos pocos, sino porque es entendido como un asunto delicado y de conciencia universal. Es un proceso que, cuando se hace público, llega a la sensibilidad de la gente y puede crear muchas expectativas en los creyentes católicos. Por respeto a éstas y otras variantes no se canoniza a nadie de buenas a primeras. Con la canonización lo que se quiere resaltar es la fuerza del testimonio de la fe, plasmada en alguien que vivió la gracia de Dios y que la comunicó a los demás. Todo el que logra, en palabras de San Pablo, correr con perseverancia hacia la meta, con la esperanza de alcanzarla, recibe el premio del llamado celestial, que Dios hace en Cristo Jesús. La Iglesia, en el acto de la canonización, quiere resaltar el testimonio de los que precedieron en la fe y su carácter catequético para los que están en ese camino hacia la meta.

Imagen tomada de BBC Mundo

Con todo esto quiero decir que, en este momento histórico, la Iglesia ha considerado prudente decidir y tomar en cuenta las acciones de estos dos grandes personajes e inscribirlos en el catálogo oficial de los santos, más aun cuando suenan con fuerza los aires de renovación en el pontificado del Papa Francisco. Una y otra vez, en su homilía, el Papa hacía referencia a la firme convicción de “Juan XXIII y Juan Pablo II por restaurar y actualizar a la Iglesia según su fisionomía originaria, esa fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos”. Más allá de los aciertos y desaciertos que pudieron tener Juan XXIII y Juan Pablo II, en sus respectivos pontificados (entendiendo que nadie es perfecto y que no eran exentos de su criterio humano), sin duda se caracterizaron por propiciar ese proceso de actualización del que habla el Papa Francisco. La Iglesia con esta canonización simultánea nos quiere invitar a poner manos a la obra en un proceso de restauración, profundamente necesario para dar respuesta a los nuevos tiempos, teniendo como ejemplo el progresismo y la valentía con la que estos nuevos santos enfrentaron su tiempo. Ésa es, a mi parecer, la intención fundamental del nuevo Sumo Pontífice.

La canonización, en este sentido, representó un momento sumamente significativo, que conjugó muchos símbolos y expresiones que nos llevan a ver más claramente el mensaje y la intención previamente mencionada: Primeramente pudimos ver al Papa en funciones como oficiante, declarándolos santos junto al Papa Emérito. En segundo lugar se reconoció a Juan XXIII por llamar al Concilio Vaticano II y, con el documento conciliar Sacrosanctum Concilium, resumir el espíritu del aggiornamento; es decir, él fue quien quiso fomentar la vida cristiana entre los fieles y adaptar las instituciones a las necesidades del contexto. En tercer lugar pudimos ver al Papa que, antes de serlo, llevó adelante ese Concilio y lo cargó sobre sus hombros, tomando un rol crucial y siendo el gran teólogo del mismo (Benedicto XVI). En cuarto lugar, permitió recordar al Papa que difundió el Concilio Vaticano II a nivel mundial, quien también lanzó las misiones a África, (el continente de mayor crecimiento –en cuanto a los creyentes hoy en día), y que no dejó ningún rincón del planeta sin visitar. Hablo, por supuesto, de Juan Pablo II, cuyas iniciativas generaron todo un magisterio para explicar las implicaciones del Concilio Vaticano II. Y, por último, tuvimos la oportunidad de ver nuevamente al Papa Postconciliar, Francisco, quien de una manera u otra ha vivido, de primera mano, todo este proceso y quien, con una muy fina sensibilidad, quiere darle un giro a estos años de profundización, de altibajos y de contratiempos. Algo nos tiene que decir este evento que vinculó tantos aspectos especiales y que representa el sí definitivo, de la Iglesia, a este proceso de transformación, sirviendo además para desmentir a quienes se oponen y siguen resistiéndose a estos elementos proféticos. Dios quiera y “no nos quedemos dormidos en los laureles”. Manos a la obra y seamos todos, como estos Papas, osados.

José Avilio Quintero

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