lunes, 20 de octubre de 2014

"El verdugo" - Arthur Koestler

Arthur Koestler. Escritor húngaro.
Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición. 

Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo: 

-¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!
Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo: 

-Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.

A. Koestler

lunes, 13 de octubre de 2014

No hay, no hay, no hay...

No hay, no hay, no hay

María Alejandra Arias Escalante


Hoy esta imagen sigue vigente a pesar de la riqueza de nuestra tierra. La peculiar y sostenida crisis no da respiro: la inseguridad, la escasez y los sueños muertos terminan por agobiar a quienes están despiertos. Atormentados por la realidad, no nos queda más que expresar –muchas veces– el grito desesperado de esta imagen, inspirada en la obra del célebre artista noruego Edvard Munch.

lunes, 6 de octubre de 2014

La visita inesperada de "El último fantasma"

Aviso para despistados: los años sesenta quedaron atrás
El último fantasma. (83)

Generalmente asociamos los viajes con procesos de transformación. En este caso, nuestro protagonista, Felisberto, no es quien lo emprende propiamente, sino su esposa; pero justamente, después de la partida de su compañera, este escritor retirado empieza a recibir inesperadas visitas. En un principio no logra identificar quién es el fantasmón que rondó su cuarto en la madrugada; pero pronto descubre lo que la propia portada del libro anuncia: en una de las poltronas de su casa aparece el fantasma de un reconocible Vladímir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin.

En pleno “Socialismo del siglo XXI (venezolano), Eduardo Liendo (2008) narra la historia de un escritor veterano, también (como él) excomunista. Felisberto, que bien podríamos entenderlo como una especie de doble ficcional o alter ego del autor (tomando en cuenta las semejanzas entre ambos), se sorprende cuando ve que “el último fantasma” es justamente Lenin. A partir de ese momento, la novela continúa su recorrido entrelazando la realidad (de Venezuela, de la antigua URSS) con la ficción, dejándonos largas y entretenidas conversaciones entre el protagonista y su peculiar visitante. Charlas que no dejan de promover la reflexión acerca del movimiento guerrillero venezolano de los sesenta, sobre la (in)aplicabilidad y características de aquel sueño rojo soviético y, por supuesto, sobre el presente nacional, o más bien sobre ese pasado muy reciente, dominado por –en palabras de Felisberto– “el gran Papa Upa” y sus camisas rojas, quienes se negaron a ver el descalabro de los mitos y de las tesis derrotadas por la realidad” (83).

El escritor, en su afán por no aburrirse y por dejar de pensar tanto en la ausencia de su esposa (con la cual habla esporádicamente y de quien eventualmente recibe postales), camina por una de las “todavía tranquilas zonas de una ciudad en decadencia. Pero, al volver a la casa, se encuentra nuevamente con el fantasma o con detalles que anuncian la previa estancia de éste en su apartamento. En cierto sentido, gracias a estos encuentros, Felisberto al igual que su esposa inicia su viaje: un viaje al pasado a través de la memoria, siempre acompañado por el visitante. Lenin, más bien la representación del “soñador temerario”, del máximo líder de la revolución soviética, empecinadamente continúa visitando a quien, desde un principio, asegura que no se dejará utilizar por ningún fantasma. Entonces, momentos tensos, conversaciones que se pasean por la crítica, por el humor e incluso por especies de ajustes de cuentas, caracterizan sus encuentros. El líder soviético, curiosamente, mientras altivamente rechaza los frecuentes ataques del aficionado Felisberto, disfruta del sabor de varias coca-colas, se interesa por las nuevas tecnologías del capitalismo y prefiere que Felisberto le cuente acerca de su exilio en la extinta Unión Soviética, invitándolo de esta forma a retomar el viaje. El escritor, aunque acepta y melancólicamente rememora su agradable estancia en aquel territorio (en ciudades como Moscú y San Petersburgo), aprovecha, de tanto en tanto, para comentar los resultados catastróficos de aquel sueño y las incoherencias que, siendo joven, no pudo divisar. Es que, admite, no le fue fácil comprender “que paralelamente a ese mundo de fraternal solidaridad se mantenía un régimen represivo y perverso con numerosos presos de conciencia y perseguidor de toda disidencia” (127). Durante su juventud era fiel “creyente de su descomunal leyenda, de su agudeza visionaria, de la sabiduría de sus escritos, de su supuesta grandeza de alma, señor Lenin” (61). Claro, lejos quedaron esos días. Este Felisberto ya no es el joven e impetuoso militante, ya puede identificar los antiguos errores, las mezclas incongruentes que, sobre la mesa, sirven de mantel para los encuentros, casi siempre acompañados por las también contrastantes vodka-colas que toman. Este Felisberto, en definitiva, es quien por fin puede afirmar frente al último fantasma: usted [Lenin] no es ese hombre justo y de espíritu generoso que nos hicieron ver (80).

Al final, entre el vodka, de autoría rusa, y la gaseosa, símbolo del capitalismo americano, queda poco margen para los idealismos. Felisberto, curtido, jubilado, se va cansando de su visitante, hasta que su viaje, ese que inició con los diálogos ocurrentes y brillantes, va llegando a su fin cuando el regreso de su esposa es inminente. Los dos viajes concluyen casi paralelamente. El fantasma, ya más parecido a la momia que –orgullosamente– dejaron exhibida los comunistas soviéticos, se va por la puerta trasera de una casa a la que nunca fue invitado. La narración hace que el final sea previsible con bastante anterioridad; pero el encanto de esta novela no está en el fin sino en el recorrido, no en el arribo sino en el propio viaje, en el transcurso mismo de una obra que nos atrapa, que nos hace querer continuar el camino, disfrutando de la correcta prosa, de las interesantes anécdotas y pensando, a partir de ella, ¿cómo no?, en temas que nos (pre)ocupan desde hace algún tiempo.

 Por Manuel Ferreira

jueves, 2 de octubre de 2014

De puntera: El valor de "Chita"



Luego del notable éxito conseguido por el Zamora FC en los últimos torneos venezolanos, su complicado presente no deja de seguir sustentando lo que ya muchos (quizá la mayoría de los aficionados del fútbol en el país) defendíamos: la gran calidad y el mérito de Noel “Chita” Sanvicente. Si bien este Zamora, entre las ausencias, perdió a sus dos grandes figuras (Pedro Ramírez y Juan Falcón), la más dolorosa y determinante es, sin duda, la del ahora Director Técnico de nuestra Vinotinto. Este grupo de jugadores, que tantas satisfacciones les han brindado a sus aficionados y que han superado en el pasado diversos contratiempos y ausencias (también de otros futbolistas fundamentales), hoy descansan sin victorias en el sótano de la tabla y han sido eliminados prematuramente de la Copa Venezuela.