martes, 6 de mayo de 2014

Las dos caras del gobierno


Foto tomada de El Universal

Poco después de la muerte del Presidente Chávez, el almirante Diego Molero Bellavia afirmó, enfáticamente, que las Fuerzas Armadas iban a cumplir la voluntad del antiguo Comandante, entiéndase: defender al pueblo, luchar por la Revolución, votar por Maduro, para además “darle en la madre a toda esa gente fascista de este país”. ¿Lo recuerdan? El Alto Mando militar, representado –en ese caso– por el ahora ex Ministro del Poder Popular para la Defensa, nos hacía entender de nuevo el impacto del trabajo hecho por Chávez en las Fuerzas Armadas, las cuales, más que nunca, se declaraban al servicio de la Revolución (por lo menos las cúpulas).

¿Por qué recuerdo este momento? Para iniciar esta pequeña reflexión sobre las caras del gobierno, a partir de la más alarmante y evidente. El rostro militar, sin duda, es quizá el más llamativo y preocupante, aunque –para ser sincero– no representa mayor novedad en nuestra historia republicana, plagada de gobiernos personalistas vinculados al poder de las armas (más allá de las diversas diferencias distinguibles). Es que, lejos de ser la excepción, la fuerza militar siempre ha desempeñado un papel protagónico en el hecho público venezolano, situación que –me atrevería a decir– tampoco desapareció durante la más larga seguidilla de gobiernos civiles (hoy llamada la IV), esa que, en definitiva, no pudo con los estigmas impuestos por nuestros dictadores”, tal como mencionaba la escritora Elisa Lerner, ni fortalecer o, más bien, fomentar la verdadera  institucionalidad en el país.

Por supuesto, este tipo de personajes –como Diego Molero o Miguel Rodríguez Torres–, representantes del rostro verde del gobierno, se encontraban y se encuentran más que encantados al ver la cuota de poder político que tienen los militares en la Venezuela actual. Es decir, no sólo tienen, con la Revolución, la garantía de mantenerse en el Alto Mando y en los cargos ministeriales correspondientes, sino que –con agrado– ven la expansión interna del control militar a través de una notable cantidad de, por ejemplo, gobernadores vinculados estrechamente al mundo verde oliva, tal como lo mencioné en una reflexión anterior [1]. Recordemos que prácticamente el 50% de los mandatarios regionales son (ex) militares. Éstos, especialmente los de más alto rango, deben pensar (probablemente de forma acertada) que si se mantiene el actual gobierno, se garantiza la presencia preponderante y protagónica de las Fuerzas Armadas en el ámbito político.

Este control militar no debe dejar de preocupar a la oposición, más cuando se destaca y se normaliza discursivamente (estratagema usual) la supuesta unión cívico-militar” promovida por el gobierno. Ya Henríque Capriles Radonski, incluso en su campaña presidencial contra el Presidente Chávez, afirmó que tenía sus contactos” con importantes personajes de las Fuerzas Armadas. Sea cierto o no, tal aseveración demuestra que –el entonces candidato– sabía a qué se enfrentaba y, por supuesto, entendía la importancia de mostrar cierta vinculación con personajes del mundo militar, como para establecer un equilibrio (así sea sólo mediático) dentro del orbe castrense. Especie de contrapeso entre sus contactos y el sector que se muestra alarmantemente radical y parcializado, dirigido –según parece– por el más radical de todos los (ahora sin el ex) militares del gobierno: el señor Cabello, Presidente de la Asamblea.

La fachada, como maquillaje, muestra otra cara al exterior: los civiles toman la “batuta” política. Nicolás Maduro, con su experiencia como canciller, fue elegido para suceder al fallecido mandatario y Elías Jaua, de la mano con él, empezó a ejercer como Ministro del Poder Popular para las Relaciones Exteriores, Vicepresidente Político y, posteriormente, como Protector de Miranda (signifique lo que signifique esto). En el plano de las negociaciones, todo fue encontrando su orden de acuerdo a lo estimado por el difunto Presidente. Cabello, que parece no terminar de contar con el amplio agrado del pueblo chavista, se “conforma” con su parcela, mandando mensajes, de vez en cuando, para recordarles a sus camaradas civiles que pueden gobernar siempre que lo dejen en calma dentro de sus dominios, haciendo gala, para ello, de las fichas verdes que dispone en su tablero (pensemos en sus invitados de honor cuando fue reelecto como Presidente de la AN). Esto último, en efecto, pareció un recado dirigido tanto a los opositores como a sus posibles adversarios internos.

Foto de Reuters.com

No cabe duda que, mientras la inminente partida del gran líder se concretaba (y probablemente después de ésta), el gobierno se dedicó a organizar sus cartas y negociar de cara al futuro. Se aseguraron de tener todo claro antes de anunciar el fallecimiento del Comandante. Mantener el equilibrio de los sectores revolucionarios resultaba fundamental y creo que no era demasiado difícil entenderlo y lograrlo, tomando en cuenta la experiencia, en estos juegos de poder, que poseen los protagonistas y sus buenos y emblemáticos asesores insulares. El recorrido posterior (ya iniciado), con las diversas intensidades propias de los momentos críticos, puede representar la mayor amenaza para el régimen y, por qué no, para la coalición entre ambas caras o factores de poder. Al final de cuentas, en nuestro país, siempre lleno de vivos criollos, las lealtades tienden a confundirse cuando las tajadas ($) disminuyen. Y, claro está, digan lo que digan, los revolucionarios no escapan de esta realidad.

En definitiva, hoy el país sigue encontrándose políticamente entre estas dos aguas, a saber, la presencia militar (cuerpo, alma y origen) y la cara civil, como portada frente al mundo, aunque su credibilidad sea parcial. El gobierno post-Chávez se distribuye, con la mayor armonía posible, el poder dejado por el patriarca. Los dos sectores chavistas, sentados en la mesa, trabajan para conseguir el equilibrio o la fusión de sus fuerzas: el de las armas y el apoyo popular, que busca ser integrado al primero (milicias), algo así como “la militarización de la sociedad” mencionada por Manuel Caballero cuando hablaba del fascismo; mientras que la oposición parece ser una espectadora al acecho de oportunidades capitalizables, jugando –en pocas palabras y con mayor o menor tino– al error del contrario.

[1] Puede leer también "El nuevo dios y el mismo enemigo"
Manuel Ferreira Cid

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