lunes, 12 de mayo de 2014

Genialidad desde adentro: manías y rituales de grandes escritores - II


Hablemos ahora de León Tolstoi. Uno de los más renombrados escritores rusos de todos los tiempos, y autor de Anna Karenina, La Muerte de Iván Illich y Guerra y Paz, era extremadamente meticuloso en sus escrituras y revisaba férreamente sus manuscritos cada día, hasta varias veces. Su esposa Sofía Behrs era su copista, y copió el manuscrito de Guerra y Paz siete veces (cualquiera que haya leído esa novela recordará su extensión y sabrá apreciar infinitamente más el enorme trabajo que realizó Sofía tantas veces, y a mano). Isaac Asimov, el célebre escritor de ciencia ficción, creador de las leyes de la robótica y de inolvidables novelas tales como La Serie de los Robots y Fundación, era un arduo trabajador: escribía por 8 horas durante toda la semana en espacios pequeños y cerrados, sin ventanas y con bombillos. A diferencia de Tolstoi, nunca revisaba más de dos veces sus textos porque, según él, perdía el tiempo.

Acerca de por qué se escribe, Francis Scott Fitzgerald dijo: “No escribes porque quieres decir algo, escribes porque tienes algo qué decir”.

El escritor norteamericano, autor de grandes clásicos de la literatura universal como El Gran Gatsby, Tierna es la Noche y Este Lado del Paraíso, entre otras, fue uno de los símbolos de los Roaring Twenties (Felices Años Veinte) norteamericanos y de la Generación Perdida. Tenía un estilo de vida bastante parecido al de Nick Gatsby, protagonista de su novela más conocida. Fitzgerald nunca pudo tener un horario que llamase normal para escribir, empezaba a hacerlo a las cinco de la tarde y no paraba sino hasta la madrugada. Decía que escribía en arrebatos creativos, de los cuales lograba escribir hasta ocho mil palabras seguidas. A medida que pasaba el tiempo, incluía la bebida en el proceso, ya que decía que sin ella no podía crear. Se convirtió en un maniático de la ginebra y su ciclo llegó a ser el de escribir, tomar, escribir, tomar. Ya sabemos a dónde lo llevó esa triste costumbre caprichosa.

Si hablamos de rutinas, hablemos de Haruki Murakami. El celebrado escritor japonés se levanta a las cuatro de la mañana, trabaja seis horas y en ese ínterin corre, nada, lee, oye música y se va a dormir a las 9 de la noche. Nunca cambia su rutina pues dice que ésta lo induce a un estado de trance que lo ayuda a escribir mejor. James Joyce, ese duende irlandés, padre de las magníficas novelas Ulises y Dublineses, luego de haberse levantado temprano, y de haberse tomado su café en la cama, servido por su esposa, a golpe de once de la mañana se levantaba, se afeitaba y se sentaba a tocar su piano. Luego escribía todos los días, durante las tardes, religiosamente. Repetía esa rutina a diario. Por su parte, Samuel Langhorne Clemens, conocido en el mundo entero como Mark Twain, y padre de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, entre tantos otros personajes, iba a su estudio en la mañana y ahí permanecía escribiendo hasta las cinco de la tarde. Nunca almorzaba, y no le gustaba que lo molestaran mientras creaba sus historias. Si su familia lo necesitaba para alguna cosa, simplemente tenían que soplar un corno y él salía a su encuentro, y una vez terminada su jornada diaria, leía sus escritos del día a su familia después de la cena. 

El autor de El Tambor de Hojalata, Gunter Grass, alemán y premio Nobel de Literatura, escribe sólo durante el día y crea de cinco a siete páginas. Mientras lee y oye música toma un largo desayuno entre las nueve y las diez, trabaja después de comer y luego se toma un descanso vespertino durante el cual toma café. Retoma su trabajo y sigue corrido hasta las siete de la noche. Y en este grupo introduzco a George R. R. Martin, autor de la saga Canción de Hielo y Fuego (fuente de la serie Game of Thrones, que vemos en HBO) y uno de los escritores más populares de la actualidad, amado y odiado de igual manera por millones de personas. Martin detesta darles pistas a sus lectores sobre el futuro de sus personajes (algo que si hiciera se lo agradeceríamos, ya que nos ahorraríamos tanto sufrimiento ante la muerte de nuestros personajes favoritos). El autor asemeja su proceso creativo de la saga a la crónica de una guerra mundial vista de todos los ángulos posibles. Dice, en entrevistas, que la imaginación es lo único que lo limita en su labor literaria. (Realmente no creo que George R. R. Martin tenga limitaciones en su imaginación, ya que escribir una saga tan extensa, con múltiples universos, tramas, arcos y subtramas, y cientos de personajes, más el universo de cada cual, requiere no mucha, sino demasiada, y prodigiosa, imaginación).

Finalizo este encuentro con genios y sus manías citando a Ernest Hemingway, por siempre el viejo del mar. En la cita habla acerca de cómo, cuándo y por qué escribe. Apasionado por la vida y por su arte, en estas líneas nos deja entrar en lo más profundo de sus sentimientos hacia el arte de escribir y ,en cierta forma, también el de todos aquellos que ejercen este oficio de creaciones eternas.

“Cuando trabajo en un libro o en un cuento escribo cada mañana tan pronto como pueda hacerlo, después de la primera luz del día. No hay nadie que te perturbe y hace frío, y vienes a tu trabajo y te calientas mientras escribes. Lees lo que has escrito y dado que siempre te detienes cuando sabes qué sucederá luego, continúas desde ahí. Escribes hasta que llegas a un lugar donde aún tienes tu jugo y sabes qué sucederá luego, y te detienes y tratas de vivir hasta el otro día, cuando empiezas de nuevo. Has empezado digamos que a las seis de la mañana y puedes continuar hasta el mediodía o terminar antes. Cuando paras te sientes vacío y al mismo tiempo nunca vacío, sino lleno; así como cuando le has hecho el amor a alguien que amas. Nada puede lastimarte, nada puede pasar, nada significa nada hasta el otro día, cuando lo haces otra vez. Es la espera hasta el otro día lo que lo hace tan difícil de superar”

[Segunda entrega de dos]
Lee la primera parte
Por Silvia Mendoza

No hay comentarios.:

Publicar un comentario