Según
el diccionario de la RAE, la palabra manía, en una de sus varias acepciones, es
definida como una “Extravagancia, preocupación caprichosa por un tema o cosa
determinada”. El Larousse, igualmente como una de varias acepciones, la define
como “Costumbre caprichosa y
extravagante”. Yo me inclino a usar más esta última, ya que eso es exactamente
lo que tienen esos genios de la literatura sobre quienes trata este texto:
costumbres caprichosas y extravagantes a la hora de empezar a crear sus
personajes, tramas y universos.
Muchos
de nosotros tenemos nuestras manías para hacer cosas. Algunos escribimos de
noche con un mini koala de peluche prendido del monitor, o tomamos té y café
obsesivamente. Siempre resultó interesante para mí saber si los escritores en
general, y específicamente mis favoritos, tenían sus rituales o manías antes de
realizar su trabajo, o durante, o después, y resultó que sí, que muchos las
tenían y que era, a su vez, una manera de canalizar sus distintos sentimientos
de vida y flujo creativo de sus creaciones, además de lidiar con algunos
demonios internos que poblaban sus vidas... o, simplemente, lo hacían porque les
gustaba y listo. Enriquecí muchos de los datos que ya conocía con los
resultados que obtuve de una búsqueda e investigación muy extensa en los
dominios inmateriales de la Internet, y he aquí el fruto de la misma.
Entremos
en materia y hablemos de manías, esas pequeñas costumbres extravagantes. Juan Rulfo, el gran escritor mexicano,
escribió su aclamada novela Pedro Páramo
en papelitos de distintos colores en los que redactaba las distintas situaciones
presentes en la novela y, según los colores, Rulfo establecía jerarquía e
importancia dentro de la historia. Luego los pasaba en limpio. Stephen King, el maestro del terror,
también tiene sus manías para escribir, al igual que sus rituales. Se
levanta temprano en la mañana, pone música y se sienta a escribir (se dice que
lo hace en un trailer que está en las afueras de su casa, con música rock como
ambiente musical). Cuando escribió La
Torre Oscura se despertó de un profundo sueño con toda la historia en la
cabeza; se sentó a escribir y no paró
sino hasta días después, habiendo terminado todo ese primer tomo de la
historia. King dice que obtiene sus ideas para historias al ver una cosa, o
quizás dos, que sean interesantes; luego se pregunta “¿Qué pasaría si…?” y de
ahí en adelante, de la respuesta a esa pregunta, obtiene una historia.
Una de mis
escritoras favoritas de siempre es Louisa
May Alcott, autora norteamericana mundialmente conocida por su novela Mujercitas que fue una escritora
sumamente prolífica. Escribió muchísimas novelas y cuentos de literatura gótica
y otros géneros (algo muy poco conocido por el gran público amante de las
hermanitas March, sus secuelas y sus otras sagas que mantenían ese estilo
familiar). Louisa siempre escribía hasta trece horas diarias seguidas, sin
descanso, parada, y las hojas las colocaba en un atril que situaba en el centro
de una habitación. Obtenía las ideas de su propia vida (Mujercitas y su saga, junto a Ocho
Primos y su secuela, fueron casi netamente retratos de su vida familiar, y Relatos de Hospital se nutrió de las
experiencias que obtuvo Louisa mientras fue enfermera en el frente de la Guerra
Civil Norteamericana). Alcott escribió hasta el día de su muerte.
Otro de
mis escritores favoritos, Gabriel García
Márquez, eterno padre de Macondo y de los Buendía, de Eréndira, Fermina y
Juvenal y tantos otros, Premio Nobel de Literatura y recientemente fallecido,
también tenía sus manías: escribía descalzo y vestido (nunca en pijamas), y
siempre debía tener una flor amarilla en la mesa. No llevaba
notas de las ideas que se le ocurrían para cuentos o novelas, simplemente
tomaba aquellas que pululaban en su mente, no las olvidaba y las desarrollaba
posteriormente en sus obras. Su rutina consistía en despertarse a las cinco de
la mañana, leer dos horas, bañarse y desayunar; revisaba el manuscrito del día
anterior y continuaba. Decía que no tenía bloqueos, y sí mucho trabajo. Para
probar sus historias, algunas veces las relataba a un grupo de gente en algún
seminario o conferencia para ver cómo reaccionaba la gente ante ellas, y luego
escribía lo contrario a lo que había dicho. Mario Vargas Llosa, orgullo latino igualmente Premio Nobel de
Literatura, generalmente comienza a escribir a las siete de la mañana, es
maniático del orden y tiene muchas figuras variadas de hipopótamos a su
alrededor.
Saber que Susan Sontag era
maniática al escribir me causó una gran impresión, ya que la idea que tenía de
ella, basada en sus libros y entrevistas, no era la de una mujer tan estricta
con algunos detalles inherentes a su manera de afrontar la escritura, sino más
bien algo más liberal. Sontag
escribía con un marcador o con un lápiz sobre hojas amarillas o blancas, y
escribía siempre a mano porque le gustaba la lentitud que daba ese proceso.
Luego pasaba a máquina el manuscrito, editándolo una y otra vez. Una vez que
tuvo una computadora, introducía los borradores en ella y ya no volvía a tipear
el manuscrito, sino que revisaba todo en sucesivas impresiones del documento. Henry Miller
era extremadamente metódico y espartano a la hora de trabajar, llegando incluso
a redactar sus ‘mandamientos’ o reglas para la escritura. Entre ellas se
incluía no escribir más de una obra a la vez, no ponerse nervioso, mantenerse
calmado, salir y ver gente y sentirse humano, olvidarse de los libros que se
quiere escribir y concentrarse en el que se está escribiendo, trabajar sólo con
y por placer y poner siempre la escritura por delante. Todos los cumplió.
Tanto
la escritora chilena Isabel Allende, autora
de novelas como La Casa de los Espíritus
y Eva Luna, como Jack Kerouac, uno de los escritores Beatniks más apreciados por los lectores alrededor del mundo y
autor de la clásica novela En El Camino,
joya de la Generación Beat, se alejan
bastante del pragmatismo casi militar de las rutinas y manías de sus otros
colegas y abrazan más el misticismo y la espiritualidad a la hora de escribir,
y ambos usaban velas. Allende, como
buena latina, tiene mucho del realismo mágico en sus manías al escribir: al
iniciar su trabajo enciende una vela y si esta se apaga hasta ahí escribe ella.
Realiza conjuros y también tiene
fetiches: comienza los libros cada 8 de enero. Kerouac también se acogía bajo el manto del misticismo y lo
religioso como preludio de la sesión de trabajo, y no estaba exento de manías
al escribir: tenía un ritual en el que encendía una vela, con cuya luz
escribía, y luego la soplaba al terminar la labor. También, antes de empezar a
escribir, se arrodillaba y rezaba a Jesús por la preservación de su lucidez y
energía. Le encantaba el número 9 y, por ello, como parte de su rutina, se
paraba de cabeza y tocaba el suelo nueve veces con la punta de sus dedos.
No
puedo dejar fuera a Jane Austen,
autora que adoro y cuyos libros disfruto a montones (y que también critico por
crearnos a las chicas tan altas expectativas en cuanto a las cualidades y
características que a veces deseamos en un hombre). Austen era una escritora muy estricta consigo misma y
constantemente revisaba y modificaba sus textos, llegando a inclusive a
reescribirlos completamente. Escribió varias de sus novelas en un escritorio
portátil que su padre le regaló al cumplir 19 años, y nunca se separó de él.
Siempre estaba dispuesta a experimentar con nuevos enfoques e ideas, y nuevas
experiencias que luego serían mostradas en sus novelas, no entregaba nada a su
editor sin que antes lo hubiese leído y comentado su hermana Cassandra, y
discutido ambas, incluso. Sus otros familiares también tenían voz y voto en sus
personajes y tramas, y a menudo ella tomaba en cuenta las sugerencias de
aquellos en quienes más confiaba.
[Primera entrega de dos]
Lee la segunda parte
[Primera entrega de dos]
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Por Silvia Mendoza
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