jueves, 6 de marzo de 2014

La petición del General Sikorski

Un contraste con las decisiones de la oposición venezolana

Anders, Sikorski y Stalin
En esos fatídicos años, en los que campeaba por el mundo el fantasma de la muerte, la II Guerra Mundial estaba llevando –a su máxima expresión– la violencia, el odio racial y el radicalismo político. Ningún pueblo había sufrido más que el polaco: su territorio, como otras tantas veces, fue repartido sin su consentimiento entre el totalitarismo soviético y el alemán. Sus intelectuales fueron encarcelados y vejados, su clase política fue vilmente asesinada y la sensación general, entre ellos, era de desazón, de humillación y vergüenza.

En medio de este escenario aparece el General Wladyslaw Sikorski, pensador, militar y líder político polaco que se encargó de darle dignidad a una nación postrada. Su activa labor diplomática permitió que la voz de los polacos se escuchara en el mundo libre y, también, entre aquellos que los habían masacrado.

Es importante recordar que parte de la labor que supone dominar territorios conquistados, poco dóciles, radica en eliminar aquellos factores que puedan perturbar la “PAZ” y el establecimiento del nuevo orden. Eso lo hicieron muy bien los conquistadores del país de Sikorski. Las acciones de los nazis, en este sentido, se conocen muy bien; pero poco se ha hablado del papel ejercido por los rusos.

Los hechos son los siguientes: luego de la derrota polaca en 1939, los rusos encarcelaron a los oficiales del ejército, a los intelectuales, a los políticos y a cualquier polaco que pudiera generar algún tipo de resistencia al régimen comunista, en asentamientos cercanos a la ciudad de Smolensk. Las características de estos prisioneros invitaban a salir de ellos lo antes posible y, por eso, mediante una orden previa de José Stalin, la NKVD –policía política del régimen– asesinó con pistolas alemanas a más de 22000 polacos en un lapso de dos meses, específicamente en el bosque de Katyn, cercano a la referida ciudad de Smolensk.

Muchos rumores fueron y vinieron sobre el destino de los desaparecidos polacos, hasta que una unidad del ejército Nazi, que atacaba Smolensk durante la campaña contra la Unión Soviética, descubrió las fosas comunes, en donde reposaban los cuerpos de quienes habían sido asesinados fríamente y, posteriormente, presentaron la masacre ante la opinión mundial. Sikorski, quien hasta ese momento había sido muy moderado en sus relaciones con la URSS, aprovechó la oportunidad para asistir a una reunión con Stalin, en el Kremlin, y pedirle –ante toda la prensa internacional proaliada– que le permitiera a la Cruz Roja verificar el hallazgo alemán. Stalin se negó rotundamente, afirmando que su gobierno no tenía nada que ver con esos asesinatos.

Es importante entender el contexto en el que se reunió el gobierno polaco con la URSS: Los polacos, nuevamente, estaban del lado débil de la Historia, no podían tomar medidas efectivas y contundentes para liberar a su país de la opresión. El gobierno polaco, en el exilio, tuvo que reunirse con un régimen cínico, que luego de tomar el este de Polonia y de matar a gran parte de la intelectualidad polaca, se sentaba con los “buenos” a dialogar sobre la paz y el futuro.

A pesar de estas condiciones, Sikorski decidió asistir a la reunión, de asumir esa responsabilidad ante la historia y ante su pueblo. Anders, un compañero de lucha en el exilio y gran jefe militar polaco, estaba en contra de ir a Moscú; pero igual decidió acompañarlo en su misión diplomática. Podríamos preguntarnos ¿por qué asistieron a una reunión con quien no quiere un diálogo real? ¿Por qué decidieron reunirse y soportar la risa fingida de Stalin? Probablemente para aprovechar la oportunidad de plantarle cara a la opresión y al cinismo, frente a todo el mundo.

Traigo esta historia a colación para reflexionar, a partir de ella, sobre la decisión de la oposición venezolana –representada por la Mesa de la Unidad– de negarse a participar en la “Conferencia Nacional por la Paz”, propuesta por el chavismo. Los opositores alegaron, justamente, que ésta era otra farsa montada por el gobierno con el objetivo complacer a la opinión pública nacional e internacional. Consideraron que, si asistían, le daban legitimidad a un proceso político que parece desmoronarse a pasos agigantados. El libreto, en efecto, resultaba repetido: el ilustre difunto del Museo Histórico Militar hizo la misma pantomima por lo menos 4 veces en estos terribles años de “revolución”.

Sin embargo, no se dieron cuenta, desde mi humilde perspectiva, de que esta era la oportunidad perfecta para plantarle cara a la dictadura. Era la oportunidad de honrar a Bassil Da Costa, a Roberto Redman, a Génesis Carmona, a Geraldine, a José Alejandro Márquez, a Jimmy Vargas y a todos los venezolanos, con nombres y apellidos, que murieron gracias a la acción de los paramilitares y de los cuerpos de “seguridad” del régimen. Era la oportunidad de denunciar, en cadena nacional, frente al pueblo chavista, las torturas que han padecido los estudiantes detenidos, cuyo único delito fue protestar amparados en el Estado de Derecho (garantizado por la Constitución Nacional). Fue la oportunidad no sólo de plantear un cambio de rumbo en lo económico, como lo hicieron muy bien los empresarios, sino también de denunciar la falsificación de la verdad, ejecutada por unos medios cuyos periodistas no honran la ética de su oficio. Pudieron decir lo que nos impide la censura y la autocensura.

Hay muchos problemas graves en Venezuela, que no se comunican adecuadamente por el “blackout” informativo y ésta, señores de la MUD, era la ocasión para exponer, nuevamente, estos hechos ante el país y ante la comunidad internacional. Lamentablemente el espacio no fue aprovechado. Con su ausencia, considero, perdieron la coyuntura perfecta para desenmascarar la dictadura, para mostrar su faceta cruel, para dejar sentado su carácter totalitario, para rechazar su carnaval sempiterno y orgiástico, sustentado en la renta petrolera de todos los venezolanos.

Wladislaw Sikorski murió en un extraño accidente aéreo, meses después de poner en evidencia a Stalin. Su petición nunca fue escuchada ni atendida por el régimen comunista de Stalin. Sin embargo, esa solicitud, ese momento quedó grabado en las videocámaras y en la Historia del siglo XX. Nunca se le había visto, a Stalin, con tal rostro de sorpresa y consternación. Fue una mancha a su imagen internacional, que en ese entonces buscaba destacarlo como un luchador por la libertad de la clase obrera y campesina. Fue un mazazo del cual el comunismo europeo jamás supo recuperarse. Boris Yeltsin, como gesto de desagravio, mostró en 1990 –al presidente polaco Lech Walesa– la orden de ejecución firmada por Stalin y le dio a los polacos la posibilidad de saber con certeza lo ocurrido y de llorar a sus muertos.

Sé que así como Stalin no escuchó a Sikorski, este gobierno está muy lejos de propiciar un diálogo democrático, de respetar los Derechos Humanos de la disidencia y, mucho menos, de querer desmontar su proyecto totalitario, tildado de “socialista”. Pero así como Sikorski dejó en evidencia a Stalin, de la misma forma Capriles, o cualquier otro líder de la Mesa de la Unidad, pudo haber hecho justicia a todos los venezolanos que nos vemos asfixiados por la crisis económica (por la escasez), que somos asesinados por la delincuencia, que somos testigos de la corrupción galopante y que sufrimos los desmanes de un gobierno que no respeta al oponente. Espero, en definitiva, que hayan nuevos espacios que permitan confrontar cara a cara a la dictadura, para mostrar nuestra verdad y que no sea el petróleo regalado, a la complacencia internacional, lo que determine nuestro futuro y nuestra imagen. La lucha se da en todos los frentes, señores de la MUD. Los estudiantes están llevando a cabo acciones notables, con muchos sacrificios. No abandonen ustedes las tribunas desde donde los (y nos) pueden representar.


Por Erwin López

1 comentario:

  1. Excelente artículo. Totalmente de acuerdo con lo que plantea.
    He oído decir a la MUD que tenían información, supuestamente de buena fuente, que se les negaría el acceso al micrófono. Aún así, debieron asistir y, si efectivamente se les negaba la posibilidad de denunciar públicamente los desmanes que se están cometiendo, ahora tendrían la certeza )y no solo la presunción) de que quieren silenciar la voz de la oposición.
    En mi opinión, estimado Erwin, una de las peores cosas que nos está pasando es que se ha generalizado la absurda idea de "no hay otra opción" para justificar las destempladas acciones de los radicales. En el libro "La marcha de la Insensatez" de la historiadora Barbara Tuchman, encontrarían unos cuantos ejemplos de cómo algunos líderes y pueblos tomaron las peores decisiones, aquellas que condujeron precisamente a la destrucción de lo que se proponían defender, bajo el argumento de que "no había otra opción"

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