domingo, 23 de marzo de 2014

El momento de esta lucha

Una reflexión sobre la situación actual de Venezuela

Foto de @ErwinLopezCcs
Después de quince años, el gobierno y la oposición siguen sentados frente a frente, moviendo sus fichas sobre el tablero tricolor. A pesar de luchar uno contra otro, hoy parecen combatir más con sus demonios que contra el oponente, como si estuvieran en dos juegos paralelos. 

El oficialismo, con objetivos claros al inicio, capitalizó el sentimiento de exclusión y el cansancio frente al bipartidismo, apostando por la conformación de un gobierno personalista alrededor de una figura muy carismática, entendida como mesiánica: Hugo Chávez. Pero luego de su fallecimiento, y por la grave crisis que se vive, los revolucionarios lucen débiles y notan cómo el sucesor no puede mantener ese intenso apoyo que, en definitiva, sólo lograba “el redentor”. Por supuesto, es importante entender claramente esa reciente debilidad: hablamos de un tigre herido, con menos apoyo, pero con sus garras bien afiladas. Hoy el gobierno, cual pugilista mareado –por el resbalón que lo golpeó contra la lona–, busca mantenerse de pie mientras lanza golpes como mecanismo de defensa.

Por su parte, la oposición, tal como lo ha hecho durante casi todo el proceso, reorganiza su liderazgo justo cuando debe –con inteligencia– poner en jaque al contrincante. En medio de las protestas parece evidenciarse la pugna entre los líderes, quienes inflan el pecho ante los aplausos de sus espectadores de siempre, ya ganados, en vez de ocuparse de aquellos que están disgustados con el gobierno, pero que aún no se sienten identificados con la oposición (ocuparse, no sólo decirlo). Los partidos opositores parecen confundir sus prioridades en los peores momentos. Si el combatiente rojo se tambalea y lanza golpes a lo loco, el azul embiste contra sus espejismos, dándole un respiro al debilitado gobierno. Ante semejante escena, los jóvenes, los estudiantes opositores, a pesar de sus vínculos con los partidos, parecen entender un poco más la situación y complementan las necesarias protestas con intentos por conectar sus reclamos con las necesidades del país y, en especial, de las zonas populares. La mayor o menor efectividad de los pancartazos y de las entregas de volantes, entonces, pueden resultar cruciales, sobre todo por el estado crítico del oficialismo. Entendiendo, por supuesto, que la revolución –aunque peligrosa y armada–, sigue sin poder solventar los problemas de producción y, por consiguiente, de escasez. Resulta clave, en esta partida, que los llamados sectores populares se identifiquen con el reclamo de los estudiantes. Por lo menos así parece, de acuerdo al momento que vivimos (sabemos que todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos).

No hay, no hay, no hay de
María Alejandra Arias Escalante

Ya en una ocasión el movimiento estudiantil demostró su poder de convencimiento. Hoy, con una generación renovada, que debe aprender de los errores previos, puede penetrar –con más contundencia– en la conciencia de los sectores chavistas, y evitar que la garra afilada del gobierno consiga golpear el rostro de una oposición (hablando de las cúpulas) caza-mariposas. Esa garra, el poder militar, es la principal arma de un proceso personalista en decadencia. La capacidad de convencimiento, de hacer propuestas concretas, debe ser el objetivo de los políticos opositores y los estudiantes pueden impulsarlos. Es momento de ya no dedicarse, exclusivamente, a hablar de lo que no gusta de este gobierno o, peor aún, de copiar la fórmula chavista; por el contrario, es necesario hablar de lo que se hará para salir de la crisis, proponer un nuevo proyecto y sentar las bases para conformar un futuro gobierno integrador, caracterizado por el respeto a la institucionalidad y por propiciar la reconciliación entre los venezolanos, sepultando el resentimiento y la exclusión. Es un buen momento para empezar el camino que nos lleve a un verdadero cambio, en vez de diseñar un proyecto perecedero, condenado a morir antes de implementarse, por repetir los errores de nuestra historia.

¿Cuánto falta para concretar la aplicación de un proyecto de país que nos incluya a todos, proyecto que esté por encima de los políticos y de los partidos? Es difícil predecirlo, depende de muchos factores, de muchas voluntades y de muchas habilidades. Pero parece importante, para ello, que se vaya dando la renovación política de la oposición (ideológicamente clara), la buena labor de los nuevos líderes estudiantiles –quienes deben seguirse formando y evitar ser desplazados luego de este momentum– y la posterior integración entre los demócratas de cada polo, como ejemplo del objetivo principal: la verdadera unión de toda Venezuela. ¿Cuáles son los grandes obstáculos que deben superarse? Principalmente puedo mencionar dos: la preponderancia de las aspiraciones individuales –típicas en nuestra historia política– y el militarismo, que estratégicamente ha permeado todo el espectro político nacional (pensemos, nada más, en su presencia en el parlamento y en las gobernaciones). En este sentido, de cara al futuro del país, se plantean claros retos y muchas interrogantes; pero, en vez de adormecernos por la angustia, justo es que empecemos –de una vez– a labrar el país que queremos.

Por Manuel Ferreira Cid

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