viernes, 14 de marzo de 2014

Aprendiendo a convivir: desde la casa a la comunidad

Convivir es, simplemente, vivir con los otros. Ahora bien, la convivencia realmente es más compleja de lo que su significado indica. Ésta, para que sea sana, debe ser armoniosa, procurando que las relaciones interpersonales se fundamenten en la buena comunicación, en el respeto, la tolerancia y, preferiblemente, el afecto. La convivencia, en este sentido, parte de aceptar la diversidad y, desde el diálogo y los valores, dar respuesta a las necesidades de todos. La convivencia representa también un duro e interminable proceso de  aprendizaje que se inicia desde la niñez. El punto de partida para lograr convivir en el pleno sentido de la palabra -en comunidad- es conocer y valorar nuestros derechos y los derechos de los demás, cumpliendo cabalmente con nuestros deberes.

En el seno de cada familia existe un orden esencial en el cual todos sus miembros se sienten cómodos y seguros. Los Padres, los mayores, deben estar disponibles en calidad y cantidad de tiempo para asegurar una buena comunicación con los hijos, respondiendo sus inquietudes, guiándolos y orientándolos. Los adultos deben empezar a entender que es fundamental convivir sanamente y que los hijos deben iniciar, cuanto antes, ese interminable proceso de aprendizaje que colaborará con la formación de ciudadanos capaces de vivir con los demás, teniendo siempre como norte el respeto.

En el día a día, los Padres deben promover en sus hijos el reconocimiento de la figura de autoridad, que representan los mayores, cuando fijan posiciones en conjunto, con límites claros y bien definidos, dirigidos a canalizar las conductas de éstos. Cuando papá y mamá, por el mayor acto de amor hacia sus hijos, son capaces de hacer un alto en sus diferencias para establecer acuerdos, en pro de los hábitos y la disciplina de ellos, contribuyen con el aprendizaje del reconocimiento de esta figura, lo cual se extenderá posteriormente a la figura del maestro y así sucesivamente.

Por otra parte, la autoridad debe ser ejercida bajo el cobijo, la protección y el amor familiar. Una autoridad que, para no perder credibilidad, debe sustentarse en pilares sólidos y coherentes. La gran misión de los mayores es modelar a través del ejemplo coherente entre lo que se dice y lo que se hace, en un ambiente de afecto, respeto, tolerancia y cooperación entre todos los miembros de la familia, para así lograr sembrar la semilla de la cual germinarán los valores que permitirán la formación integral desde temprana edad, procurando que, en un futuro, los niños de hoy se conviertan en hombres y mujeres de bien, capaces no sólo de vivir y convivir, sino de contribuir con valiosos aportes para que mejore la calidad de vida de todos.

De igual manera, la escuela tiene la gran responsabilidad en la enseñanza y puesta en práctica de la educación en valores. Educar en valores implica desarrollar la capacidad crítica de los estudiantes para ejercer la libertad, el respeto, la solidaridad y la tolerancia en el contexto de una sociedad plural. La escuela, apoyada por la familia, debe ser la que propicie la participación de los alumnos en la promoción de la paz, el ejercicio de los principios democráticos, toma de decisiones y en la resolución de los conflictos que surjan como resultado de las actividades propias de la vida escolar. Es decir, la escuela debe promover e impulsar la ciudadanía activa y la vinculación de sus miembros con su comunidad más próxima, para –de esta manera– hacerlo extensivo, poco a poco, al resto de los miembros de la  sociedad.

En tal sentido, los colegios igualmente deben difundir los aspectos más resaltantes de la Ley Orgánica de Protección del Niño, Niña y Adolescente (LOPNA), Ley Orgánica de Educación (LOE) y los Acuerdos de Convivencia, así como promover la formación de los "Mediadores por la Paz Escolar", como se hace, por ejemplo, a través del Programa del Buen Trato (impulsado por el Municipio Chacao y CECODAP). La idea es que, poco a poco, las instituciones educativas permitan la incorporación de más estudiantes en la toma de decisiones frente a situaciones que les conciernen, en las diferentes actividades que desempeñan, para que colaboren con la resolución de los conflictos y presenten propuestas relacionadas con los posibles procedimientos que deben seguirse frente a determinados hechos.

En definitiva, sea en la escuela, en el seno familiar o en cualquier otro espacio, el llamado es a que, cada uno de nosotros, contribuyamos con el fortalecimiento de los valores y promovamos la sana convivencia, a través del ejemplo y del diálogo. No basta con quedarnos sentados y repetir una y otra vez que “los valores se han perdido”, si no somos capaces de asumir las responsabilidades e intentar cambiar esta realidad. No menospreciemos los espacios propicios para conversar en nuestros hogares y en  las aulas, cediendo momentos para que los niños, adolescentes y jóvenes participen con seguridad, sin temor alguno. Es una necesidad que los adultos entiendan y sepan explicar, por ejemplo, que hay diferencias entre solidaridad y complicidad, que debemos cumplir con nuestros deberes para hacer exigibles nuestros derechos, que siempre es mejor resolver los conflictos desde el ganar-ganar, armonizando los intereses individuales con los intereses colectivos. Todos debemos poner nuestro grano de arena para mejorar el presente y, formando a las nuevas generaciones, garantizar un mejor futuro.

En estos tiempos difíciles, el gran reto que tenemos como seres humanos –desde mi perspectiva– es vivir poniendo los pies bien firmes sobre la tierra. Proponernos, cada uno, mirar más hacia nuestro interior, valorando y cultivando nuestras potencialidades y riquezas, y colaborando (desde nuestras posibilidades) con las mejoras que necesita nuestro país. Es también fundamental, por supuesto, que no seamos promotores de los antivalores que tanto criticamos: no le pidamos, al otro, que haga aquello que nosotros somos incapaces de hacer. Al final, es así de simple cómo cada uno puede honrar su paso por el mundo, sin importar demasiado el rol que desempeñe, aprendiendo, conviviendo sanamente y poniendo al servicio de los demás lo que se ha aprendido.

Por María Teresa Martínez

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