martes, 12 de agosto de 2014

La educación: un problema más allá del aula

En estos últimos 15 años, sin duda, la cantidad de estudiantes venezolanos atendidos dentro del sistema educativo nacional ha sido un tema que se mantiene, con mayor o menor intensidad, sobre la palestra. El gobierno “revolucionario” tomó medidas que permitieron mejorar el tema de la exclusión, especialmente cuando en el 2003, gracias a la creación de las Misiones, se evidenció un aumento considerable en el porcentaje de la Matrícula con respecto a la población, el cual se sostuvo y mejoró hasta el 2006 (consiguiendo la cúspide porcentual), para posteriormente disminuir [1].

Sin embargo, más allá de los indicadores (algunos más benévolos que otros, algunos reales y otros supuestamente inflados) la calidad de la educación brindada y los mecanismos que se utilizan para disminuir la deserción dan mucho de qué hablar. Sabemos que es importante mantener a los niños y adolescentes en las aulas, pero ¿el cómo dejó de serlo? La profesora universitaria Gisela Kozak afirmó, en un artículo publicado en Prodavinci.com, que “hablar de educación no es solo proveer desayunos y uniformes”. Yo acotaría, tal como lo expliqué en una publicación previa, que tampoco basta con disminuir el índice de repitencia, y la deserción, a punta de trancazos.

En efecto, reducir la problemática del hecho educativo, en nuestro país, a números de participantes o, como dice Kozak, a “desayunos y uniformes”, es no querer ver la verdadera magnitud del problema y, sobre todo, permitir que las lamentables consecuencias de éste se afiancen en lo más profundo de nuestra cultura. Es importante, por supuesto, dotar lo mejor posible a nuestros estudiantes y conseguir que cada vez hayan más venezolanos beneficiándose de la educación; pero para que el hecho educativo funcione realmente como agente transformador de nuestra sociedad, la masificación debe acompañarse con la calidad. Para ello resulta crucial des-mecanizar la educación (como diría Rafael Cadenas), dejar de ver al estudiante como un número que engrosa las estadísticas y, sobre todo, reivindicar la labor docente. ¿Esto se logrará como consecuencia de la Consulta Nacional por la Calidad Educativa? Cuesta responder afirmativamente. De todos modos, toca esperar para luego hablar al respecto.

De momento, el sistema actual sigue promoviendo que el estudiante sea un mero repetidor de conocimientos; que los antivalores florezcan frente a un hecho educativo caracterizado por la apatía, colaborando –todo esto– con la conformación de una sociedad más violenta, corrupta e insegura; que muy pocos valoren la profesión docente y que casi nadie quiera que sus hijos se dediquen a ella (profesores incluidos). El educador, por su parte, ha visto cómo las exigencias, vinculadas al rendimiento, a la producción de egresados, han afectado su oportunidad de desarrollo. La necesidad de trabajar exclusivamente por el número termina anulándolo como profesional. A pesar del llamado, por parte del gobierno, a la reivindicación y a la disminución de horas laborables, los bajos sueldos obligan al docente a trabajar en varias instituciones y, además, dedicar mucho tiempo a las famosas clases particulares. El tiempo posible para la actualización, para la continua formación, queda prácticamente en la nada. En general, el docente se ha convertido en un integrante más dentro de un sistema desvirtuado, definido por la indiferenca y la mediocridad. Hoy los profesores se adaptan –con actitud pasiva– a cambios que los omiten, que los anulan. Y, si bien es cierto que los estudiantes son los principales protagonistas del hecho educativo, eso no implica que el docente deba ser tratado o entendido como un mero actor de reparto (o relleno).

Caricatura de E. Chaunu.
Es fundamental que la educación promueva la transformación real de los individuos, la creación de ciudadanos responsables, caracterizados por sus valores morales, productivos, capaces de pensar, de desarrollar sus habilidades y, no menos importante, de ser inteligentes emocionalmente. Este trabajo, en el aula, además debe complementarse con otras políticas que permitan, a su vez, la educación y reeducación de toda la sociedad. Un trabajo coherente que ataque nuestros problemas educativos desde todos los frentes. De poco servirá cambiar los currículos (aspecto también necesario y aún en deuda), promover la verdadera reivindicación profesional del docente, si la familia es la primera promotora de los antivalores. De nada sirve que hablemos paz en los salones, si priva la violencia en casa; de nada sirve que hablemos de transparencia, si –en el hogar– el ejemplo es la viveza criolla o el ¿cuánto hay pa’ eso? Peor todavía: poco se puede hacer cuando los propios padres ven el proceso educativo como un mero trámite, en el que –apoyados por la perniciosa vocación del sistema y de las autoridades– ven al docente como un enemigo e, irresponsablemente, creen que saben más de educación que quienes la practican profesionalmente día a día. Es por ello que no sorprende, por ejemplo, que los representantes protesten por la aparición de la Resolución 058; pero mantengan un silencio cómplice y hasta se aprovechen (abusen) de otras medidas, como la circular N° 006696. Por supuesto, me detengo en la familia por entenderla como el núcleo de toda sociedad.

Cuando se habla de educación, en definitiva, no se puede olvidar que los nuevos padres de hoy fueron víctimas de un sistema que ya venía decayendo (no idealicemos el pasado). No olvidemos que es tan importante ocuparse de los niños y adolescentes, como del resto de la sociedad. La verdadera vocación política, en definitiva, es crucial si se quieren solventar los problemas. No bastan las palabras, no basta con dar canaimitas, mientras el sistema sigue podrido, mientras la burocracia nos carcome, mientras el espiral de corrupción prosigue. Mientras ese sistema busca la producción de números que satisfagan los deseos de los gobernantes, en vez de procurar formar al venezolano de bien. En quince años, según las autoridades, mejoró el tema de la inclusión educativa, entonces ¿no es llamativo que aumenten los índices delictivos, especialmente los homicidios, con adolescentes como protagonistas? ¿Ésos son los nuevos ciudadanos, los nuevos hombres del “territorio libre de analfabetismo”? ¿Por qué hoy se considera que Venezuela es uno de los países más violentos del mundo, un país tan corrupto e inseguro? ¿Por qué es el único país Suramericano que, desde 1995, mantiene un incremento constante en los índices de asesinatos? [2] Es evidente que muchas cosas no se están haciendo bien. Quizá, después de todo, tanto los fondos como las formas importan. 

Estadística de Homicidios-2013.
UNODC [2]
El profesor Luis Beltrán Prieto Figueroa dijo una vez que “Venezuela será lo que sus maestros quieran que sea”. No sé si esta trillada frase es del todo cierta o si, más bien, omite factores profundamente relevantes (considero que sí); pero respetar y reivindicar la labor de los profesores, dándole la importancia que merece el proceso educativo, siendo cónsonos, coherentes, puede permitir que dejemos de asociar la palabra educación con el término problema, y logremos, a su vez, aportar un gran grano de arena, desde las aulas, que a fin de cuentas sirva de piedra angular para la reconstrucción del país.

[1] Bravo Jáuregui, Luis (2012). Tendencias y cambios de la escolaridad en Venezuela: visibles en las Memorias y Cuenta de los Ministerios de Educación, 1999-2012.
[2] UNODC (2013). Global Study on Homicide.
Por Manuel Ferreira

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