martes, 17 de junio de 2014

I- Por la tierra de Camões

Braga. Foto: @manuelfcid
Al costado podía divisar la ciudad acercándose. Sí, parecía ser ella la que se desplazaba, en vez del avión que me portaba. El Portugal de mi recuerdo distaba del que veía en ese momento. La imagen encuadrada de Porto, la amplia autopista, las avenidas de Braga, los pueblos bien acomodados, contrastaban con ese recuerdo fotográfico de calles de tierra y pobreza. Incluso, en ese momento, en el que la crisis económica golpeaba fuertemente, todo parecía distanciarse del significado de la palabra crisis y del pasado menesteroso. La difícil situación económica que afectó al mundo y, dentro de la Unión Europea, sobre todo a la península ibérica, se diferenciaba de la que podemos imaginar en nuestro norte del sur. En Portugal se quejaban de la crisis en los enormes y abarrotados supermercados del Pingo Doce o mientras mejoraban, guardando la esencia histórica, la fraguesía de la Portela das cabras. Por supuesto que pasaron momentos muy difíciles: los desalojos, los despidos, hasta los suicidios reportados en el país vecino; pero, eso que veía en la cotidianidad, no sabía a crisis, no a la que normalizamos en nuestra tierra.

Dieciséis años atrás, los viajantes lusos envidiaban las autopistas venezolanas, sus grandes Centros Comerciales. Atrás de esto quedó un trecho notable. Mientras Portugal fue mejorando, Venezuela, como sueño, fue desvaneciéndose entre el ladrón de Lusinchi, las vivezas del siempre popular “gocho”, las desaventuras del, entonces, chiripero Caldera (con su infausto segundo mandato, que en cierta forma ya demostraba el cansancio de la gente frente a la hegemonía de AD y COPEI), hasta el pintoresco Chávez, quien escondió -en coloridas fachadas- las verdaderas y crecientes miserias del país, las barriadas en aumento, las fallas en los servicios públicos, entre otras cosas.

La comparación es siempre ingrata. Pero, a veces, ver el reflejo que deja en el espejo un vecino lejano puede hacernos despertar. Hoy Portugal se sigue quejando de sus políticos, mientras vive en la limpieza de sus avenidas. Venezuela, que abraza al gobierno portugués (es decir, no lo acusa de imperialista ni de fascista y se permite establecer nuevos vínculos comerciales con éste), muestra una Caracas pobre, con escasez, con racionamientos, enalteciendo la expropiación y la invasión, con las calles llenas de mugre, más allá de las promesas vacías y de algunos intentos insuficientes. En grandes ciudades, Portugal se baña en  sus playas fluviales, mientras Venezuela sigue esperando que un gobernante se lave los pies en El Guaire, por cuyas orillas aún se pasean los hijos de la calle

El inicio del viaje

Bica da Cruz. Foto: @manuelfcid
Me reencontré con varios momentos, con recuerdos que no sabía que existían, renaciendo todos de una polvareda en la vieja casa patriarcal a la que sólo le faltaba aquella humedad de la memoria. Caminé por su estrechez, por su verde sendero, me acerqué al pozo y salí a caminar por las ahora pavimentadas calles de la Portela das cabras (freguesia del concelho de Vila Verde), asistí a su iglesia y festejé en la preciosa y renovada Bica da Cruz. Estaba en Braga, iniciando un viaje que, posteriormente, terminaría ahí mismo, completando un perfecto círculo mientras daba pasos por los rincones que faltaban. La siguiente parada fue Barcelos, con sus caminos de piedra, con su vistoso parque y los grandes gallos que recuerdan la famosa leyenda, emblema de esta ciudad del Distrito de Braga. La Feria, también famosa, orgullo de la ciudad, despliega tarantines y más tarantines, ofreciendo mil cosas, desde ropa hasta sartenes. También pueden verse adornos y paños tradicionales, estampados igualmente con la imagen del ave de canto salvador. Sorpresivamente vi algunos indigentes, pocos, mientras salía de la Feria, dejando así tantos objetos atrás, tantos gitanos o ciganos, como en una bruma lejana.

Luego, en Río Caldo (Terras de Bouro), visité el San Bento da Porta Aberta. Un sitio que, como muchos de Europa, sabe mezclar muy bien la historia, la religión y paisajes de antología. Bellos jardines, bosques y el río como fondo, son los acompañantes de la iglesia, siempre concurrida. De su colina bajé y volví a Braga como ciudad, la de los Arzobispos. Me dejé enamorar por el encanto de sus jardines, como el de Santa Bárbara, éste acompañado por un castillo medieval. Recorrí hasta el cansancio su corazón histórico, hasta que mis ojos se agotaron de sus tantas catedrales y de sus calles estrechas, antiguas. El románico lucía pleno, acariciado por detalles barrocos. Sus calles parecían guardar un recuerdo inmemorial, un secreto indestructible a pesar del avance de la modernidad; así como la Catedral de Braga, importante templo del románico lusitano, guarda las tumbas de diversas personalidades históricas (como la de Alfonso I de Portugal).

Saliendo del trance histórico, volví al 2010 en Palmeiras, cruzando antes por la cara contemporánea de la ciudad. Un descanso me invitó a seguir soñando con el viaje, para luego pasar un día recorriendo y disfrutando de las postales del Ponte da Barca, siempre con el río Lima como testigo del rumor festivo, ese que se contrasta con la paz del centro del pueblo. Un día fresco, escuchando el chapotear de los niños en el río, resultó ser la antesala perfecta para viajar -el día siguiente- al sitio, religiosamente hablando, más famoso de Portugal: la freguesia de Fátima (Distrito de Santarém).

Foto: @manuelfcid
Ésta se movía con ritmo lento. Casi muerta, diría, llena de locales que viven del turismo, vendiendo imágenes propias del catolicismo, principalmente de la virgen, por supuesto. En el Santuario ya las sensaciones cambiaban. La gran explanada, que separa la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de la Iglesia de la Santísima Trinidad, hacía lucir diminutos a los fieles. Un señor mayor, pagando una promesa, recorría el camino de rodillas, de una punta a la otra, dejando una estela rojiza en el piso, que era limpiada laboriosamente -de tanto en tanto- por un pequeño niño (quizá su nieto). Al lado opuesto, una joven hacía lo mismo pero con unas rodilleras, las cuales parecían parodiar el esfuerzo de aquel hombre. La Iglesia de la Santísima Trinidad es la cara moderna del sitio, con sus fondos dorados y sus llamativas esculturas. En ella, además del templo, cuartos muestran, entre otras cosas, las pertenencias de los conocidísimos pastores que en 1917 agitaron el mundo católico. Del otro lado, cerca más bien de la Basílica, está la Capilla de las Apariciones, que en ese momento congregaba a muchos orantes y, junto a ella, sigue erguido el árbol que acompañó los encuentros entre los pastorcitos y la virgen. Un elevado Cristo dorado, mientras tanto, parecía darme la bienvenida con los brazos extendidos y, más adelante, la gran Basílica, imponente entre el conjunto. Dentro de ella ya descansan los restos de Jacinta, Lucía y Francisco.

En los días siguientes recorrí Varzim, con su playa y su puerto, crucé a Vila do Conde, contemplé los acueductos romanos y luego, en Viana do Castelo, subí hasta el Santuario de Santa Lucía. Esta catedral, con su planta de cruz griega y sus rosetones, está rodeada por paisajes memorables que, desde el cimborrio, pueden contemplarse privilegiadamente. Me detuve a ver el mar, el río Lima, toda Viana do Castelo, desde este lugar emblemático que el profesor Amadeu Torres versó: “Visao do Paraiso ou dos Jardins Suspensos/ Entre almargens e praias, veigas e perfumes”.  

Lee la segunda parte: II- España, Francia y el retorno
Por Manuel Ferreira Cid

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