domingo, 1 de junio de 2014

Cualquier día: Pérdida y asombro

Fuente: LaPatilla.com
Caminaba por Zona Rental (esa que ya debería cambiar su nombre) con una grata compañía hacia la parada de autobuses y –al cruzar por un rayado peatonal– notamos que la billetera de un señor caía desde su bolsillo, chocando así contra el caliente pavimento sin que su dueño se percatara. Inmediatamente lo llamamos, pero no volteaba. Seguíamos intentándolo y notábamos cómo nuestras voces se perdían entre la muchedumbre, que por el rayado (y sobre el objeto) transitaba. Todos mantenían el paso mecánico, aprovechando el permiso otorgado por una luz también mecánica y titilante. Nuestras voces eran ignoradas por el absorto caminante, quien perdía ese objeto que tiende a contener hasta la identidad. Me agaché para recogerla y el hombre, por fin, escuchó o se permitió escuchar. Una pálida máscara, entonces, cubrió su rostro, hasta ese momento de intenso color moreno. “Muchas gracias”, atinó a decir nerviosamente mientras regresaba. Más calmado, continuó: “gracias de verdad. En esta Caracas lo anormal es lo que ustedes hicieron. Otros, simplemente, se la hubieran quedado”.

Entre miles de agradecimientos se fue apartando, perdiéndose en el entorno, siendo nuevamente parte del todo: indistinguible. Había recuperado aquello que estaba perdido: dinero, identidad, entre una infinita posibilidad de papeles y recuerdos. Sin embargo, no dejó de sorprenderme su sorpresa, su asombro: dos extraños hicieron lo correcto. Es que, en la Caracas de hoy, lo anormal es la norma, como bien dijo. Lo correcto resulta ser lo disonante. Los caminantes recorren la ciudad como zombis, esperando pasar desapercibidos, dando pasos robóticos y apresurados, deseando no depender nunca del buen proceder del otro.

Seguimos, entonces, nuestro camino luego de esa pequeña ruptura. Volvimos, después de hablar brevemente sobre lo ocurrido, a ser devorados por la dinámica diaria. Un autobús lleno de gente llegó y nosotros, luchando por un puesto, empezamos a olvidar todo, incluso la existencia misma del mundo. Volvimos a ensimismarnos. Quizá otro objeto cayó en ese momento, esta vez sin que nadie lo notara. Quizá, más bien, lo vio algún vivo criollo, quien aprovechó la oportunidad sin dudarlo. ¿Quién sabe? El autobús arrancó, con los usuarios bien apilados, y una estela de luces empezó a decorar la vía, mientras la noche empezaba a teñir cada rincón de la ciudad con su oscuro esplendor.

Por Manuel Ferreira Cid

No hay comentarios.:

Publicar un comentario