Por: @erwinlopezccs |
La misoginia, la vulgaridad, la homofobia y el
cara e’tablismo han sido siempre destacables características de la cúpula corrupta
y tiránica que gobierna a Venezuela. Sin lugar a dudas, la mejor expresión de
este estereotipo “revolucionario” es Pedro Carreño, un personaje vil que
disfruta de degradar a las personas por sus preferencias sexuales, como lo hizo
con Capriles, o por simplemente preferir la solución pacífica de conflictos, como
cuando continuamente se refiere a los líderes de la oposición democrática como
faltos “de bolas”.
La
violencia verbal y el uso de la (in)justicia chavista le ha permitido andar, hablar
y hacer a sus anchas. Su estilo de vida es costoso, tanto que se compara con la
vulgar cantidad de dinero que gastó en los 15 años de su hija, con músicos
importados y todo. Su seguimiento del libreto del “Guapo de Barrio” es
ejemplar. Si alguien hace la política del garrote es él. Si alguien sabe ser
rastrero para defender los intereses de la cúpula militar que se disputa los
despojos de Venezuela es él, como bien lo demuestran sus continuas visitas al bufete
de abogados de la dictadura que tiene por nombre, eufemístico, “Tribunal Supremo
de Justicia”.
Pedro Carreño es una de las figuras que
representa al chavismo justo en el momento en que necesitamos políticos de
altura, que recuperen la majestad del Estado. Incluso el 6 de diciembre de 2015,
el chavismo se decantó de nuevo por el guerrillero con el machete debajo de la
cobija. No hubo espacio para una política diferente. No hubo conciencia para luchar
por el rescate de la institucionalidad, de la vergüenza pública, de la responsabilidad
moral. Que Pedro Carreño sea diputado de la República es la prueba fehaciente
de lo que pasa en Venezuela cuando los demócratas nos dejamos llevar por la indolencia
y le damos paso a la barbarie.
Que no se nos olvide jamás la lección, la
democracia se construye cada día cuando defendemos nuestros derechos y
cumplimos con nuestros deberes como miembros de la sociedad. Ojalá que luego
del fin de esta catástrofe nacional, ese mensaje cale más que el discurso escatológico de
cualquier Carujo. ¡Qué así sea!
Por Erwin López
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