lunes, 21 de agosto de 2017

Nuestra "Divina comedia" criolla

Infierno bolivariano. Edición de imagen: Erwin López
Un año atrás, en un curso sobre literatura medieval, surgió como tema nuestra realidad infernal, mientras Dante (personaje ficticio) descendía hacia las murallas de Dite y nosotros, en paralelo, hablábamos de Dante (el hombre) que escribía durante ese destierro que no tuvo fin. En efecto, nuestro presente tenía en ese entonces, y sigue teniendo, sus semejanzas con el oscuro mundo gobernado por ese Satanás alado y velludo que agita sus alas para enviar ráfagas de castigos helados a los pecadores de las zonas inferiores, según la obra dantesca. Basta con recordar, para confirmar las similitudes, que tenemos hasta nuestras bestias castigadoras: en vez de gigantes y centauros, dejamos atrás topos y picures con rostros (sólo rostros) humanos, mientras en el horizonte otros personajes siguen saliéndonos al paso, muchas veces uniformados, en este viaje terrible. Del mismo modo, podemos afirmar que entendemos bien los golpes duros del calor luego de las preocupantes sequías que vivimos, sin olvidar que seguimos recorriendo círculos de inmundicia (basta con ver el estado de muchas partes de nuestras ciudades) y solo hace falta que caiga granizo, mientras siguen las ahora esporádicas lluvias que –de ansiadas– pasaron a crear, sin mucho esfuerzo, vías intransitables por la falta de prevención, creando lagunas (cuales hijas de la Estigia) que de vez en cuando reaparecen llenas de basura flotante, capaces de hacernos recordar fácilmente el asqueroso círculo de los glotones.

Por supuesto, seguir hablando de nuestro pasado reciente, y del complicado presente, me llevaría innecesariamente a redundar, aunque me valga de la comparación que propuse. ¿Qué no se ha dicho ya? Lo que me propongo con estas palabras es plantear que, como Dante, para llegar al Paraíso nos ha tocado recorrer el Infierno y lamentarnos sirve de poco; por el contrario debemos caminar y aprender. Muchas veces nos detenemos demasiado en aspectos que desconocemos y no controlamos (el posible ataque de Trump, las negociaciones o las supuestas traiciones, entre otros aspectos). Pero la realidad, es que los venezolanos, acosados por nuestros pecados, tuvimos que descender para luego subir. Pasar por el cónico infierno, dejando atrás la selva oscura, para poder llegar al Purgatorio y de ahí seguir nuestro camino hacia el Paraíso. Lo importante, en ese sentido, es que la razón también guíe nuestros pasos, mientras mantenemos la fe: la vista puesta en nuestra respectiva Beatriz. En este caso, imaginar ese futuro luminoso, ese país que queremos y actuar desde ya para construirlo, desde lo que cada uno puede hacer, sin ocuparse tanto en las acciones de los líderes. De lo contrario, el infierno no pasará realmente por nosotros y la condena puede terminar siendo la repetición cíclica de nuestros errores y sus consecuencias. El peligro, en definitiva, es quedarnos atascados en lo inmediato (sin menospreciar las urgencias, claro está), solo fijarnos en los culpables o en las excusas (dependiendo del bando), en vez fortalecer el ejercicio del pensamiento crítico y enmendar lo que verdaderamente está mal en nosotros (como individuos y como sociedad). Por ejemplo, muchos fijan posición sobre si la MUD debe o no dialogar con el gobierno, y viceversa o si las elecciones son viables; pero lo más lamentable es que el diálogo muchas veces esté vetado incluso entre quienes aparentemente comparten los mismo objetivos –basta sólo con recordar el lamentable momento en el que se enfrentaron “tatuados y engominados”, sin olvidar las típicas peleas en las redes, en las que incluso los que defienden el diálogo terminan soñando con que sus opiniones públicas terminen siendo monólogos, aplaudidos por numerosos me gusta, rechazando luego a quienes critican con la tristemente común “es mi muro, si no estás de acuerdo no me leas, yo no critico lo que tú escribes”. Viendo esto, y sabiendo la respuesta, me pregunto –como lo hizo nuestra escritora Elisa Lerner– si “el diálogo, ¿siempre ha sido un desprestigio en el país?” (Vida con mamá).

En frente tenemos nuestras montañas. Varias nos sirven de ejemplo para entender que el ascenso será duro, pero no faltará –cuando lleguemos a ese punto– el eventual refrigerium. Eso sí: es inevitable que, para llegar al Purgatorio, debamos deslizarnos por el propio cuerpo del mismísimo rey infernal (¿cuánto falta para eso? No soy quien pueda responderlo). Aunque la imagen puede asustar o generar rechazo, no podemos caer en la tentación de retroceder, acosados por el miedo, ni de pensar en el futuro con el corazón lleno de resentimiento, repitiendo así los errores que sólo agrandan las heridas en vez de favorecer la cicatrización. Y sé que algunos dirán que es temprano para hablar de cicatrices, cuando tantos golpes, tantas muertes, manchan nuestra historia y siguen llenando nuestra terrosa piel de estigmas, cuando –como afirmó Ana Teresa Torres en un artículo reciente– nuestro “signo común” sigue siendo la propia “herida”. Pero creo fervientemente en que debemos imaginar el país que queremos, un país ya sano y próspero; mientras que con el martillo y el cincel esculpimos y con la escoba barremos el desastre. Imaginar, luchar y limpiar, enfrentar este infierno mientras aprendemos y fijamos la mirada en la meta real. Porque, en definitiva, la coyuntura puede hacernos perder el camino, hacernos creer que cualquier trocha nos llevará a la meta; cuando el reto es, por el contrario, entender bien la antítesis como antítesis, para escoger los medios correctos y conseguir el fin anhelado. De toda esta historia nos debe quedar claro que “o estamos con Dios o estamos con el Diablo”… Es decir, o empezamos desde ya a rescatar los valores humanos, a actuar como demócratas, o terminaremos favoreciendo a los opresores sin darnos cuenta. Un demócrata protesta ante las injusticias sin cansarse, habla y escucha, apuesta por el diálogo, busca constantemente hacer valer sus derechos, respeta y cree en los acuerdos (que no significa, coloquialmente hablando, dejarse montar la pata, ni sacrificar la memoria).

Es hora de despertar, de que aprendamos a convivir, a entender que debemos construir el país con nuestras acciones, que como ciudadanos debemos respetar las normas y asumir las consecuencias de nuestros actos, porque (cuando acabe la guerra) el país necesitará que hayamos aprendido la lección. Es momento de sepultar la lamentable viveza criolla, que sigue tan vigente entre chavistas y opositores. Es tiempo de exigir contundentemente que quede atrás el rentismo como modelo, el facilismo, y que revivamos la tolerancia y la cordialidad. Igualmente importante: ya es hora de dejar de inventar y/o aceptar nuevos “mesías” y de comprender que rectificar no es sinónimo de debilidad. Al igual que en la Divina comedia, nadie puede hacer este viaje por nosotros, no existe un “elegido” que se sacrifique para garantizarnos el perdón y la luz celestial, a quien –para colmo de males– le debamos luego fidelidad sin importar lo que haga. Todos debemos corregirnos, terminar de descender para ascender, dejar de vivir en medio de una necia e insana competencia sin sentido, renacer del fuego (“fin y origen”) para llegar a cumbres que abran la puerta de un futuro paradisíaco en el que podamos crecer y vivir todos. 

Por Manuel Ferreira Cid

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