Este
fin de semana tuve la oportunidad de disfrutar la versión venezolana de Los hombres NO mienten, obra original de
Éric Assous que en 2010 ganó el Premio Molière del teatro francés.
Con la Dirección de Daniel Uribe y las actuaciones de Daniela Alvarado,
Sócrates Serrano y Claudio de La Torre, la obra inicia con una pareja que
abandona las trivialidades de la cotidianidad para adentrarse en un tema
peligroso: el de las infidelidades. Johana (Daniela Alvarado) cuestiona a su
esposo Máximo (Sócrates Serrano) acerca de los “deslices” que éste se ha permitido y,
luego de “negociar”, ambos deciden ser sinceros (parcialmente). Se desata,
entonces, el desarrollo de esta comedia que gira alrededor de la intriga, ya
que Máximo –luego de decir su número
de amantes– se asombra por la confesión de su mujer y no abandona el deseo de
saber con quién ella le fue infiel. El tercero en cuestión es Claudio (Claudio
de La Torre), amigo de la pareja, quien acepta una invitación para almorzar y, en
definitiva, termina metido en medio de la tensión hogareña.
Entre
el narcisismo y el desespero de Máximo, la contrastante frialdad de Johana (que
sólo se quiebra en contadas ocasiones) y el desconcierto e ingenuidad de
Claudio, se desarrolla el elegante humor, siempre manteniendo la intriga y la
oportunidad de reflexionar acerca de aspectos fundamentales de las relaciones
de pareja. En efecto, esta comedia le permite al espectador, mientras sonríe o
ríe, cuestionarse acerca de las consecuencias de cada acto en la vida conyugal y acerca de la importancia de la fidelidad entre esposos y,
no menos importante, entre amigos.
Las actuaciones, por su parte, fueron bastante interesantes. El desempeño de Sócrates, desde mi
perspectiva, inicia de forma irregular, incluso con una dicción demasiado llamativa; pero –cuando la
obra entra en calor– mejora notablemente, contagiando su desespero e impactando
gracias a su resaltante narcisismo, previamente mencionado, y quizá produciendo los momentos más hilarantes. Daniela desarrolla muy bien su personaje (salvo
por un par de detalles circunstanciales, cuando no aguantó la risa) y, con lo
que ella significa en el mundo de la actuación nacional, recibió la mayor
cantidad de aplausos por parte de un público que salió encantado de la obra y,
especialmente, de su actuación. Claudio, por último, representó un personaje
que se concibe como íntegro y humilde, en medio de una acentuada crisis
personal, pero que puede ser entendido más bien como algo tonto.
Un humor que no abandona la reflexión, junto con ciertos guiños hacia el presente
venezolano, hacen que esta obra –bien ponderada internacionalmente– sea una
disfrutable propuesta que los amantes del teatro podrán ver por última
vez el próximo fin de semana en el Centro Cultural B.O.D. La pieza, en definitiva, es capaz de mantener a sus espectadores riendo y pensando, para luego culminar de
forma menos risible con un giro que, posiblemente, pueda entreverse con
anterioridad (no sin dudas) y negándose –eso sí– a poner fin a la intriga inicial que transformó la relación de los tres personajes.
Por Manuel Ferreira Cid
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