Imagen tomada de ABC.es |
“Que estos dos nuevos santos pastores del
Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de
camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la
familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a
adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera,
siempre perdona, porque siempre ama”. Así concluye el Papa Francisco su
homilía en la ceremonia de canonización realizada, de manera solemne, en Ciudad
del Vaticano, y que de manera multitudinaria reunió a devotos, gente de otras
confesiones y no devotos, dado el impacto que provocó el liderazgo del
ministerio que ejercieron Juan Pablo II y Juan XXIII en el mundo. No hay lugar
a dudas en la novedad de sus propuestas y en la huella que han dejado para los
nuevos tiempos. Por eso se ha tomado la decisión de iniciar un proceso de
canonización, el cual pasó por reconocer las virtudes heroicas, luego reconocer
un milagro, para dar el paso de la Beatificación, y, por último, esperar otro
próximo milagro para la canonización. Y me pregunto, ¿por qué en este momento
preciso se manifiesta como prudente reconocer la santidad de estas dos
personas?
Una
canonización siempre es para la Iglesia uno de los logros más importantes que
se hacen públicos, pero ¿cuánta gente de buena voluntad, que ante los ojos de
Dios seguramente es reconocida, merecen esa gracia ante los ojos de los
hombres? Este criterio le corresponde discernirlo a la Congregación para la Causa
de los Santos con su equipo de teólogos, médicos y personas dedicadas a ver con
lupa las acciones de cada fiel y el sentir de la Iglesia con respecto a esto.
Podríamos preguntarnos en Venezuela, una y otra vez, ¿por qué no se ha llegado, todavía, a ese proceso con José Gregorio Hernández? Es una incertidumbre recurrente; pero, más allá de las razones, Dios lo tendrá mejor premiado sin
necesidad de estar oficialmente en una estampa con el gozo de la santidad y, por supuesto, ya ha calado como un estandarte, por sus méritos, en los corazones de los hombres y mujeres
venezolanos. Algún día llegará el
momento público del reconocimiento al médico santo de Venezuela. Lo cierto de
todo esto es que el proceso de canonización está lleno de más trabas
que vías, como podemos evidenciarlo con el caso de José Gregorio Herrnández, y no por pertenecer a unos pocos, sino porque es entendido como un asunto delicado y de conciencia universal. Es un proceso que, cuando se hace
público, llega a la sensibilidad de la gente y puede crear muchas expectativas en
los creyentes católicos. Por respeto a éstas y otras variantes no se canoniza a
nadie de buenas a primeras. Con la canonización lo que se quiere resaltar es la
fuerza del testimonio de la fe, plasmada en alguien que vivió la gracia de Dios
y que la comunicó a los demás. Todo el que logra, en palabras de San Pablo, correr
con perseverancia hacia la meta, con la esperanza de alcanzarla, recibe el
premio del llamado celestial, que Dios hace en Cristo Jesús. La Iglesia, en el
acto de la canonización, quiere resaltar el testimonio de los que precedieron
en la fe y su carácter catequético para los que están en ese camino hacia la
meta.
Imagen tomada de BBC Mundo |
Con
todo esto quiero decir que, en este momento histórico, la Iglesia ha
considerado prudente decidir y tomar en cuenta las acciones de estos dos
grandes personajes e inscribirlos en el catálogo oficial de los santos, más aun
cuando suenan con fuerza los aires de renovación en el pontificado del
Papa Francisco. Una y otra vez, en su homilía, el Papa hacía referencia a la
firme convicción de “Juan XXIII y Juan
Pablo II por restaurar y actualizar a la Iglesia según su fisionomía
originaria, esa fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos”.
Más allá de los aciertos y desaciertos que pudieron tener Juan XXIII y Juan
Pablo II, en sus respectivos pontificados (entendiendo que nadie es perfecto y que no eran exentos de su criterio humano), sin duda se caracterizaron por propiciar ese proceso de actualización del que habla el Papa Francisco. La Iglesia
con esta canonización simultánea nos quiere invitar a poner manos a la obra en un proceso de
restauración, profundamente necesario para dar respuesta a los nuevos tiempos,
teniendo como ejemplo el progresismo y la valentía con la que estos nuevos
santos enfrentaron su tiempo. Ésa es, a mi parecer, la intención fundamental
del nuevo Sumo Pontífice.
La canonización, en este sentido, representó un momento sumamente significativo, que
conjugó muchos símbolos y expresiones que nos llevan a ver más claramente
el mensaje y la intención previamente mencionada: Primeramente pudimos ver al
Papa en funciones como oficiante, declarándolos santos junto al Papa Emérito.
En segundo lugar se reconoció a Juan XXIII por llamar al Concilio Vaticano II
y, con el documento conciliar Sacrosanctum Concilium, resumir el espíritu del aggiornamento; es decir, él fue quien
quiso fomentar la vida cristiana entre los fieles y adaptar las instituciones a las
necesidades del contexto. En
tercer lugar pudimos ver al Papa que, antes de serlo, llevó adelante ese Concilio y lo
cargó sobre sus hombros, tomando un rol crucial y siendo el gran teólogo del mismo (Benedicto XVI). En cuarto lugar, permitió recordar al Papa que difundió el Concilio Vaticano
II a nivel mundial, quien también lanzó las
misiones a África, (el continente de mayor crecimiento –en cuanto a los creyentes– hoy en día), y que no dejó ningún rincón del planeta sin visitar. Hablo, por
supuesto, de Juan Pablo II, cuyas iniciativas generaron todo un magisterio para
explicar las implicaciones del Concilio Vaticano II. Y, por último, tuvimos la oportunidad de ver nuevamente al Papa Postconciliar, Francisco, quien de una manera u otra ha vivido,
de primera mano, todo este proceso y quien, con una muy fina sensibilidad,
quiere darle un giro a estos años de profundización, de altibajos y de contratiempos.
Algo nos tiene que decir este evento que vinculó tantos aspectos especiales y que representa el sí definitivo, de la Iglesia, a este proceso de transformación, sirviendo además para desmentir a quienes se oponen y siguen resistiéndose a estos elementos proféticos. Dios quiera y “no
nos quedemos dormidos en los laureles”. Manos a la obra y seamos todos, como
estos Papas, osados.
José Avilio Quintero
No hay comentarios.:
Publicar un comentario