Desde una noche caraqueña
Foto de Óscar Mora |
Al
llegar a mi casa revisé el twitter y reaparecía una noticia matutina que
hablaba de movimientos sísmicos en el país. Venezuela seguía vibrando en todo
sentido, pensé. Al rato, mientras leía sobre las confrontaciones en el Estado Táchira,
llamó mi tía, quien vive en El Marqués, y saludó atípicamente con un “nos
disparan”. La Guardia escoltaba a bandas de motorizados que accionaban sus
armas contra los edificios. “Aquí ya todo estaba tranquilo, pero llegaron los
motorizados disparando y acaban de lanzarle algo a un edificio empresarial y se
está prendiendo en llamas”, llegó a decir. Tras la voz de mi tía sonaban más
detonaciones, que ejemplificaban lo que nerviosamente afirmaba. Los maleantes,
denominación que hasta resulta elegante, gritaban “¿por qué no bajan ahora?”,
mientras iniciaban, según ella me decía, una especie de desfile (para)militar
por la Rómulo Gallegos. Mi hermano, paralelamente, me mostraba la foto de un
disparo en la pared de la casa de una compañera de estudios.
La noche terminó dejando el rastro del desorden y el eco de los ansiosos ladridos. Días
después, en medio de más protestas, se resaltaba el triste balance de las manifestaciones: gente
detenida, herida y muerta. El Presidente, por su parte (en sus cadenas posteriores), parecía preocuparse más
por los daños causados a un MetroBus que por las muertes, merecedoras de escasos
minutos en sus diarios discursos. Entre los apresados está “el fascista de
López”, resaltaba también el mandatario, por llamar a protestar
“irresponsablemente” y muchos, entonces, comenzamos a preguntarnos (sabiendo la
respuesta) ¿por qué seguía (y sigue) libre el gobernador oficialista Ameliach, quien más
irresponsablemente llegó a tuitear: “UBCH a
prepararse para el contra ataque fulminante. Diosdado dará la orden”?, justo un
día antes de que resultara muerta una joven en Carabobo, durante las
manifestaciones.
Nuestro país, en definitiva, hoy sigue temblando por las protestas de los manifestantes, por las pisadas de los Guardias y
por quienes caen sobre el duro pavimento, con los parpados bien arrugados o con
los ojos ya nublados. Sigue temblando aunque algunos ni lo sientan. Venezuela continúa
gritando a través de las multitudinarias concentraciones y marchas, a través de
las ingratas barricadas y de los cacerolazos. Venezuela llora por la división,
por el desencuentro, por los grupos armados que amedrentan y por la violencia
de cada polo. Venezuela sigue sumergida en el mar que originó todo esto: la inseguridad, la escasez; aunque algunos prefieran hablar de
una ocurrencia norteamericana. Venezuela hoy es incertidumbre, es pugna; pero,
siempre joven, no deja de ser nuestro amor más sincero y la promesa de un mejor
mañana, promesa que recordamos con el beso fresco de cada amanecer.
Por Manuel Ferreira Cid
(Escrito el 22/02/2014)
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