Una reflexión sobre la situación
actual de Venezuela
Foto de @ErwinLopezCcs |
Después
de quince años, el gobierno y la oposición siguen sentados frente a frente, moviendo
sus fichas sobre el tablero tricolor. A pesar de luchar uno contra otro, hoy
parecen combatir más con sus demonios que contra el oponente, como si
estuvieran en dos juegos paralelos.
El
oficialismo, con objetivos claros al inicio, capitalizó el sentimiento de
exclusión y el cansancio frente al bipartidismo, apostando por la conformación
de un gobierno personalista alrededor de una figura muy carismática, entendida
como mesiánica: Hugo Chávez. Pero luego de su fallecimiento, y por la grave crisis que se vive, los revolucionarios lucen débiles y notan cómo el sucesor no puede
mantener ese intenso apoyo que, en definitiva, sólo lograba “el redentor”. Por
supuesto, es importante entender claramente esa reciente debilidad: hablamos de
un tigre herido, con menos apoyo, pero con sus garras bien afiladas. Hoy el
gobierno, cual pugilista mareado –por el resbalón que lo golpeó contra la
lona–, busca mantenerse de pie mientras lanza golpes como mecanismo de defensa.
Por
su parte, la oposición, tal como lo ha hecho durante casi todo el proceso,
reorganiza su liderazgo justo cuando debe –con inteligencia– poner en jaque al
contrincante. En medio de las protestas parece evidenciarse la pugna entre los
líderes, quienes inflan el pecho ante los aplausos de sus espectadores de
siempre, ya ganados, en vez de ocuparse de aquellos que están disgustados con
el gobierno, pero que aún no se sienten identificados con la oposición
(ocuparse, no sólo decirlo). Los partidos opositores parecen confundir sus
prioridades en los peores momentos. Si el combatiente rojo se tambalea y lanza
golpes a lo loco, el azul embiste
contra sus espejismos, dándole un respiro al debilitado gobierno. Ante
semejante escena, los jóvenes, los estudiantes opositores, a pesar de sus
vínculos con los partidos, parecen entender un poco más la situación y
complementan las necesarias protestas con intentos por conectar sus reclamos con
las necesidades del país y, en especial, de las zonas populares. La mayor o
menor efectividad de los pancartazos y
de las entregas de volantes, entonces, pueden resultar cruciales, sobre todo
por el estado crítico del oficialismo. Entendiendo, por supuesto, que la revolución
–aunque peligrosa y armada–, sigue sin poder solventar los problemas de
producción y, por consiguiente, de escasez. Resulta clave, en esta partida, que los llamados sectores populares se
identifiquen con el reclamo de los estudiantes. Por lo menos así parece, de acuerdo al
momento que vivimos (sabemos que todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos).
No hay, no hay, no hay de María Alejandra Arias Escalante |
Ya
en una ocasión el movimiento estudiantil demostró su poder de convencimiento.
Hoy, con una generación renovada, que debe aprender de los errores previos,
puede penetrar –con más contundencia– en la conciencia de los sectores
chavistas, y evitar que la garra afilada del gobierno consiga golpear el rostro
de una oposición (hablando de las cúpulas) caza-mariposas. Esa garra, el poder
militar, es la principal arma de un proceso personalista en decadencia. La
capacidad de convencimiento, de hacer propuestas concretas, debe ser el
objetivo de los políticos opositores y los estudiantes pueden impulsarlos. Es
momento de ya no dedicarse, exclusivamente, a hablar de lo que no gusta de este gobierno o, peor aún,
de copiar la fórmula chavista; por el contrario, es necesario hablar de lo que
se hará para salir de la crisis, proponer un nuevo proyecto y sentar las bases
para conformar un futuro gobierno integrador, caracterizado por el respeto a la
institucionalidad y por propiciar la reconciliación
entre los venezolanos, sepultando el resentimiento y la exclusión. Es un buen
momento para empezar el camino que nos lleve a un verdadero cambio, en vez de diseñar
un proyecto perecedero, condenado a morir antes de implementarse, por repetir
los errores de nuestra historia.
¿Cuánto
falta para concretar la aplicación de un proyecto de país que nos incluya a
todos, proyecto que esté por encima de los políticos y de los partidos? Es
difícil predecirlo, depende de muchos factores, de muchas voluntades y de
muchas habilidades. Pero parece importante, para ello, que se vaya dando la
renovación política de la oposición (ideológicamente clara), la buena labor de
los nuevos líderes estudiantiles –quienes deben seguirse formando y evitar ser
desplazados luego de este momentum– y
la posterior integración entre los demócratas de cada polo, como ejemplo del
objetivo principal: la verdadera unión de toda Venezuela. ¿Cuáles son los
grandes obstáculos que deben superarse? Principalmente puedo mencionar dos: la preponderancia de las
aspiraciones individuales –típicas en nuestra historia política– y el
militarismo, que estratégicamente ha permeado todo el espectro político
nacional (pensemos, nada más, en su presencia en el parlamento y en las
gobernaciones). En este sentido, de cara al futuro del país, se plantean claros
retos y muchas interrogantes; pero, en vez de adormecernos por la angustia,
justo es que empecemos –de una vez– a labrar el país que queremos.
Por Manuel Ferreira Cid
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