Braga. Foto: @manuelfcid |
Dieciséis años atrás, los viajantes lusos envidiaban
las autopistas venezolanas, sus grandes Centros Comerciales. Atrás de esto
quedó un trecho notable. Mientras Portugal fue mejorando, Venezuela, como sueño, fue desvaneciéndose entre el ladrón de Lusinchi, las vivezas del siempre
popular “gocho”, las desaventuras del, entonces, chiripero Caldera (con su
infausto segundo mandato, que en cierta forma ya demostraba el cansancio de la gente frente a la hegemonía
de AD y COPEI), hasta el pintoresco Chávez, quien escondió -en coloridas
fachadas- las verdaderas y crecientes miserias del país, las barriadas en aumento, las fallas en los servicios públicos, entre otras cosas.
La comparación es siempre ingrata. Pero, a veces, ver
el reflejo que deja en el espejo un vecino lejano puede hacernos despertar. Hoy
Portugal se sigue quejando de sus políticos, mientras vive en la limpieza de sus avenidas. Venezuela, que abraza al gobierno portugués (es decir, no lo
acusa de imperialista ni de fascista y se permite establecer nuevos vínculos
comerciales con éste), muestra una Caracas pobre, con escasez, con racionamientos, enalteciendo la expropiación y la invasión, con las calles llenas de
mugre, más allá de las promesas vacías y de algunos intentos insuficientes. En grandes ciudades, Portugal se baña en sus playas fluviales, mientras Venezuela sigue esperando que un gobernante se lave
los pies en El Guaire, por cuyas orillas aún se pasean los hijos de la calle.
El inicio del viaje
Bica da Cruz. Foto: @manuelfcid |
Luego,
en Río Caldo (Terras de Bouro), visité el San Bento da Porta Aberta. Un sitio
que, como muchos de Europa, sabe mezclar muy bien la historia, la religión y paisajes de antología. Bellos jardines, bosques y el río como fondo, son los acompañantes de la iglesia, siempre concurrida. De
su colina bajé y volví a Braga como ciudad, la de los Arzobispos. Me dejé
enamorar por el encanto de sus jardines, como el de Santa Bárbara, éste acompañado por un castillo medieval. Recorrí hasta el cansancio su corazón
histórico, hasta que mis ojos se agotaron de sus tantas catedrales y de sus
calles estrechas, antiguas. El románico lucía pleno, acariciado por detalles
barrocos. Sus calles parecían guardar un recuerdo inmemorial, un secreto indestructible a pesar del avance de la modernidad; así como la Catedral de Braga,
importante templo del románico lusitano, guarda las tumbas de diversas
personalidades históricas (como la de Alfonso I de Portugal).
Saliendo
del trance histórico, volví al 2010 en Palmeiras, cruzando antes por la cara
contemporánea de la ciudad. Un descanso me invitó a seguir soñando con el
viaje, para luego pasar un día recorriendo y disfrutando de las postales del Ponte da Barca, siempre con el río Lima
como testigo del rumor festivo, ese que se contrasta con la paz del centro del pueblo. Un
día fresco, escuchando el chapotear de los niños en el río, resultó ser la antesala
perfecta para viajar -el día siguiente- al sitio, religiosamente hablando, más
famoso de Portugal: la freguesia de Fátima (Distrito de Santarém).
Foto: @manuelfcid |
En
los días siguientes recorrí Varzim, con su playa y su puerto, crucé a Vila do
Conde, contemplé los acueductos romanos y luego, en Viana do Castelo, subí hasta
el Santuario de Santa Lucía. Esta catedral, con su planta de cruz griega y sus
rosetones, está rodeada por paisajes memorables que, desde el cimborrio, pueden
contemplarse privilegiadamente. Me detuve a ver el mar, el río Lima, toda Viana do Castelo, desde este lugar emblemático que el profesor Amadeu Torres versó: “Visao do
Paraiso ou dos Jardins Suspensos/ Entre almargens e praias, veigas e
perfumes”.
Lee la segunda parte: II- España, Francia y el retorno
Lee la segunda parte: II- España, Francia y el retorno
Por Manuel Ferreira Cid
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