Fuente: LaPatilla.com |
Entre
miles de agradecimientos se fue apartando, perdiéndose en el entorno, siendo
nuevamente parte del todo: indistinguible. Había recuperado aquello que estaba perdido: dinero, identidad, entre una infinita posibilidad de papeles y
recuerdos. Sin embargo, no dejó de sorprenderme su sorpresa, su asombro: dos
extraños hicieron lo correcto. Es que, en la Caracas de hoy, lo anormal es la norma,
como bien dijo. Lo correcto resulta ser lo disonante. Los caminantes recorren la ciudad
como zombis, esperando pasar desapercibidos, dando pasos robóticos y
apresurados, deseando no depender nunca del buen proceder del otro.
Seguimos, entonces, nuestro camino luego de esa pequeña ruptura. Volvimos, después de hablar
brevemente sobre lo ocurrido, a ser devorados por la dinámica diaria. Un autobús
lleno de gente llegó y nosotros, luchando por un puesto, empezamos a olvidar todo,
incluso la existencia misma del mundo. Volvimos a ensimismarnos. Quizá otro
objeto cayó en ese momento, esta vez sin que nadie lo notara. Quizá, más bien,
lo vio algún vivo criollo, quien aprovechó la oportunidad sin dudarlo. ¿Quién
sabe? El autobús arrancó, con los usuarios bien apilados, y una estela de luces empezó a decorar la vía,
mientras la noche empezaba a teñir cada rincón de la ciudad con su oscuro esplendor.
Por Manuel Ferreira Cid
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