En
estos últimos 15 años, sin duda, la cantidad de estudiantes venezolanos atendidos dentro del sistema educativo nacional ha sido un tema que se
mantiene, con mayor o menor intensidad, sobre la palestra. El gobierno “revolucionario”
tomó medidas que permitieron mejorar el tema de la exclusión, especialmente
cuando en el 2003, gracias
a la creación de las Misiones, se evidenció un aumento considerable en el
porcentaje de la Matrícula con respecto
a la población, el cual se sostuvo y mejoró hasta el 2006 (consiguiendo la cúspide
porcentual), para posteriormente disminuir [1].
Sin embargo, más allá de los indicadores (algunos más
benévolos que otros, algunos reales y otros supuestamente inflados) la calidad
de la educación brindada y los mecanismos que se utilizan para disminuir la
deserción dan mucho de qué hablar. Sabemos que es importante mantener a los niños y
adolescentes en las aulas, pero ¿el cómo dejó de serlo? La profesora universitaria Gisela Kozak afirmó,
en un artículo publicado en Prodavinci.com, que “hablar de
educación no es solo proveer desayunos y uniformes”. Yo acotaría, tal como lo
expliqué en una publicación previa, que tampoco basta con disminuir el índice de
repitencia, y la deserción, a punta de trancazos.
En
efecto, reducir la problemática del hecho educativo, en nuestro país, a números
de participantes o, como dice Kozak, a “desayunos y uniformes”, es no querer
ver la verdadera magnitud del problema y, sobre todo, permitir que las
lamentables consecuencias de éste se afiancen en lo más profundo de nuestra
cultura. Es importante, por supuesto, dotar lo mejor posible a nuestros
estudiantes y conseguir que cada vez hayan más venezolanos beneficiándose de la
educación; pero para que el hecho educativo funcione realmente como agente
transformador de nuestra sociedad, la masificación debe acompañarse con la calidad. Para ello resulta crucial
des-mecanizar la educación (como diría Rafael Cadenas), dejar de ver al
estudiante como un número que engrosa las estadísticas y, sobre todo,
reivindicar la labor docente. ¿Esto se logrará como consecuencia de la Consulta Nacional por la Calidad Educativa? Cuesta responder afirmativamente. De todos modos, toca esperar para luego hablar al respecto.
De momento, el
sistema actual sigue promoviendo que el estudiante sea un mero repetidor de
conocimientos; que los antivalores florezcan frente a un hecho educativo
caracterizado por la apatía, colaborando –todo esto– con la conformación de una
sociedad más violenta, corrupta e insegura; que muy pocos valoren la profesión
docente y que casi nadie quiera que sus hijos se dediquen a ella (profesores
incluidos). El educador, por su parte, ha visto cómo las exigencias, vinculadas
al rendimiento, a la producción de
egresados, han afectado su oportunidad de desarrollo. La necesidad de trabajar
exclusivamente por el número termina
anulándolo como profesional. A pesar del llamado, por parte del gobierno, a la
reivindicación y a la disminución de horas laborables, los bajos sueldos
obligan al docente a trabajar en varias instituciones y, además, dedicar mucho
tiempo a las famosas clases particulares. El tiempo posible para la
actualización, para la continua formación, queda prácticamente en la nada. En
general, el docente se ha convertido en un integrante más dentro de un sistema desvirtuado, definido por la indiferenca y la mediocridad. Hoy los profesores se adaptan –con
actitud pasiva– a cambios que los omiten, que los anulan. Y, si bien es cierto
que los estudiantes son los principales protagonistas del hecho educativo, eso
no implica que el docente deba ser tratado o entendido como un mero actor de
reparto (o relleno).
Caricatura de E. Chaunu. |
Cuando
se habla de educación, en definitiva, no se puede olvidar que los nuevos padres
de hoy fueron víctimas de un sistema que ya venía decayendo (no idealicemos el
pasado). No olvidemos que es tan importante ocuparse de los niños y
adolescentes, como del resto de la sociedad. La verdadera vocación política, en
definitiva, es crucial si se quieren solventar los problemas. No bastan las palabras, no basta con dar canaimitas, mientras el sistema sigue
podrido, mientras la burocracia nos carcome, mientras el espiral de corrupción
prosigue. Mientras ese sistema busca la producción de números que satisfagan los
deseos de los gobernantes, en vez de procurar formar al venezolano de bien. En quince años, según las autoridades, mejoró el tema de
la inclusión educativa, entonces ¿no es llamativo que aumenten los índices
delictivos, especialmente los homicidios, con adolescentes como protagonistas? ¿Ésos
son los nuevos ciudadanos, los nuevos hombres del “territorio libre de
analfabetismo”? ¿Por qué hoy se considera que Venezuela es uno de los países
más violentos del mundo, un país tan corrupto e inseguro? ¿Por qué es el único país
Suramericano que, desde 1995, mantiene un incremento constante en los índices de asesinatos? [2] Es
evidente que muchas cosas no se están haciendo bien. Quizá, después de todo, tanto
los fondos como las formas importan.
El
profesor Luis Beltrán Prieto Figueroa dijo una vez que “Venezuela será
lo que sus maestros quieran que sea”. No sé si esta trillada frase es del todo
cierta o si, más bien, omite factores profundamente relevantes
(considero que sí); pero respetar y reivindicar la labor de los profesores, dándole
la importancia que merece el proceso educativo, siendo cónsonos, coherentes, puede permitir que dejemos de asociar la
palabra educación con el término problema, y logremos, a su vez, aportar un gran grano de arena,
desde las aulas, que –a fin de cuentas– sirva de piedra
angular para la reconstrucción del país.
[1] Bravo Jáuregui, Luis (2012). Tendencias
y cambios de la escolaridad en Venezuela: visibles en las Memorias y Cuenta de
los Ministerios de Educación, 1999-2012.
Por Manuel Ferreira
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