Hablemos
ahora de León Tolstoi. Uno de los
más renombrados escritores rusos de todos los tiempos, y autor de Anna Karenina, La Muerte de Iván Illich
y Guerra y Paz, era extremadamente
meticuloso en sus escrituras y revisaba férreamente sus manuscritos cada día,
hasta varias veces. Su esposa Sofía Behrs era su copista, y copió el manuscrito
de Guerra y Paz siete veces
(cualquiera que haya leído esa novela recordará su extensión y sabrá apreciar
infinitamente más el enorme trabajo que realizó Sofía tantas veces, y a mano). Isaac Asimov, el célebre escritor de
ciencia ficción, creador de las leyes de la robótica y de inolvidables novelas
tales como La Serie de los Robots y Fundación, era un arduo trabajador:
escribía por 8 horas durante toda la semana en espacios pequeños y cerrados,
sin ventanas y con bombillos. A diferencia de Tolstoi, nunca revisaba más de dos veces sus textos porque, según
él, perdía el tiempo.
Acerca
de por qué se escribe, Francis Scott
Fitzgerald dijo: “No escribes porque quieres decir algo, escribes porque
tienes algo qué decir”.
El
escritor norteamericano, autor de grandes clásicos de la literatura universal
como El Gran Gatsby, Tierna es la Noche y Este Lado del Paraíso, entre otras, fue
uno de los símbolos de los Roaring
Twenties (Felices Años Veinte) norteamericanos y de la Generación Perdida. Tenía un estilo de vida bastante parecido al de
Nick Gatsby, protagonista de su novela más conocida. Fitzgerald nunca pudo
tener un horario que llamase normal para escribir, empezaba a hacerlo a las
cinco de la tarde y no paraba sino hasta la madrugada. Decía que escribía en
arrebatos creativos, de los cuales lograba escribir hasta ocho mil palabras
seguidas. A medida que pasaba el tiempo, incluía la bebida en el proceso, ya
que decía que sin ella no podía crear. Se convirtió en un maniático de la
ginebra y su ciclo llegó a ser el de escribir, tomar, escribir, tomar. Ya
sabemos a dónde lo llevó esa triste costumbre caprichosa.
Si
hablamos de rutinas, hablemos de Haruki
Murakami. El celebrado escritor japonés se levanta a las cuatro de la
mañana, trabaja seis horas y en ese ínterin corre, nada, lee, oye música y se
va a dormir a las 9 de la noche. Nunca cambia su rutina pues dice que ésta lo induce
a un estado de trance que lo ayuda a escribir mejor. James Joyce, ese duende irlandés, padre de las magníficas novelas Ulises y Dublineses, luego de haberse levantado temprano, y de haberse
tomado su café en la cama, servido por su esposa, a golpe de once de la mañana
se levantaba, se afeitaba y se sentaba a tocar su piano. Luego escribía todos los días, durante las
tardes, religiosamente. Repetía esa rutina a diario. Por su parte, Samuel
Langhorne Clemens, conocido en el mundo entero como Mark Twain, y padre de Tom
Sawyer y Huckleberry Finn, entre
tantos otros personajes, iba a su estudio en la mañana y ahí permanecía
escribiendo hasta las cinco de la tarde. Nunca almorzaba, y no le gustaba que
lo molestaran mientras creaba sus historias. Si su familia lo necesitaba para
alguna cosa, simplemente tenían que soplar un corno y él salía a su encuentro,
y una vez terminada su jornada diaria, leía sus escritos del día a su familia
después de la cena.
El autor de El Tambor de Hojalata, Gunter Grass, alemán y premio Nobel de
Literatura, escribe sólo durante el día y crea de cinco a siete páginas. Mientras lee y oye música toma un largo desayuno
entre las nueve y las diez, trabaja después de comer y luego se toma un
descanso vespertino durante el cual toma café. Retoma su trabajo y sigue
corrido hasta las siete de la noche. Y en este grupo introduzco a George R. R. Martin, autor de la saga Canción de Hielo y Fuego (fuente de la
serie Game of Thrones, que vemos en
HBO) y uno de los escritores más populares de la actualidad, amado y odiado de
igual manera por millones de personas. Martin detesta darles pistas a sus
lectores sobre el futuro de sus personajes (algo que si hiciera se lo
agradeceríamos, ya que nos ahorraríamos tanto sufrimiento ante la muerte de
nuestros personajes favoritos). El autor asemeja su proceso creativo de la saga a la crónica de una guerra mundial vista de todos los ángulos posibles. Dice, en
entrevistas, que la imaginación es lo único que lo limita en su labor literaria. (Realmente no creo que George R. R.
Martin tenga limitaciones en su imaginación, ya que escribir una saga tan
extensa, con múltiples universos, tramas, arcos y subtramas, y cientos de
personajes, más el universo de cada cual, requiere no mucha, sino demasiada, y
prodigiosa, imaginación).
Finalizo este encuentro con genios y sus manías citando a Ernest Hemingway, por siempre el viejo
del mar. En la cita habla acerca de cómo, cuándo y por qué escribe. Apasionado
por la vida y por su arte, en estas líneas nos deja entrar en lo más profundo
de sus sentimientos hacia el arte de escribir y ,en cierta forma, también el de
todos aquellos que ejercen este oficio de creaciones eternas.
“Cuando trabajo en un libro o en un cuento
escribo cada mañana tan pronto como pueda hacerlo, después de la primera luz
del día. No hay nadie que te perturbe y hace frío, y vienes a tu trabajo y te
calientas mientras escribes. Lees lo que has escrito y dado que siempre te
detienes cuando sabes qué sucederá luego, continúas desde ahí. Escribes hasta
que llegas a un lugar donde aún tienes tu jugo y sabes qué sucederá luego, y te
detienes y tratas de vivir hasta el otro día, cuando empiezas de nuevo. Has
empezado digamos que a las seis de la mañana y puedes continuar hasta el
mediodía o terminar antes. Cuando paras te sientes vacío y al mismo tiempo
nunca vacío, sino lleno; así como cuando le has hecho el amor a alguien que
amas. Nada puede lastimarte, nada puede pasar, nada significa nada hasta el
otro día, cuando lo haces otra vez. Es la espera hasta el otro día lo que lo
hace tan difícil de superar”.
[Segunda entrega de dos]
Lee la primera parte
[Segunda entrega de dos]
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Por Silvia Mendoza
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