Foto de: www.maduradas.com |
Con
este comentario tan duro, pero tan real, definía un conocido chavista la
relación que se da en la Venezuela actual entre el binomio Gobierno–“Pueblo”. La
oportunidad de poner en el tapete cómo el PSUV viola todas las disposiciones,
leyes, potestades, derechos públicos, humanos y privados, para seguir
alimentando su fantasía de comunismo tropical, con visos bárbaros de la calidad
de Pol Pot, queda en el aire. Y, a
veces, hasta parece un intento fútil en pro de cambiar la mentalidad de quien,
simplemente, no puede o no quiere cambiar. Es imposible pensar de otra manera,
porque esta frase representa, en mi humilde opinión, todo el compendio del
pensamiento del “chavista” –¿venezolano? – promedio, que viéndose de la
circunstancia de no tener los estímulos necesarios para producir, cae en los
seductores brazos de un gobierno que, como buen hombre violento, aprovecha su
fuerza para pegar cuando la esposa –pueblo– reclama lo que se merece: respeto,
libertad y autodeterminación.
El
“Pueblo de Venezuela”, eufemismo
horrible que, durante todas las épocas, han expresado los gobiernos amantes de una
ciudadanía pobre e ignorante, se ha
sometido como
buen cordero al holocausto ante la presión de los mandatarios todopoderosos, quienes
en estos momentos emplean más de la mitad de la fuerza productiva del país,
controlan el 70% de la distribución de alimentos y generan aproximadamente el
95% del PIB de la nación. ¿Cómo llegamos a esto? Es la pregunta que muchos nos
hacemos. En mi opinión, entre la miríada de razones que se pudiera ofrecer,
cobra mucho peso el hecho de que, en Venezuela, este cuento del “marido”
Gobierno no empieza ni con el muerto del Museo de Historia Militar, ni mucho
menos con el intento democrático de los 40 “terribles” años, sino que está en
la psique del venezolano desde mucho antes. Chávez es uno más, un ejemplo como los fueron Cipriano Castro, Joaquín Crespo, los Monagas,“El León de Payara”, Luciano Mendoza, los Ducharne, Juan Vicente Gómez; todos aquellos que
asumieron la conducción de un país devastado por una guerra de independencia
terrible, la más sangrienta que hubo en toda la América. Según varios
académicos, muchos de estos caudillos surgieron ante la necesidad de poner orden al caos
de los primeros años republicanos, cuando mucha gente no entendía de qué se
trataba ese asunto de la República y del Estado, ya que antes todas las órdenes
y decisiones emanaban del Rey de España.
Sin
embargo, los caudillos no nos abandonaron, sino que siguieron y siguen teniendo
más importancia, en nuestra historia, que las virtudes republicanas, tal como
se evidenció durante los 14 años en los cuales Hugo Chávez gobernó Venezuela
como si esta fuera su finca personal, y gran parte de la población se adhirió a
la idea de volver al peonaje. Su carisma, su cercanía con los “patas en el
suelo” a los que por supuesto les exigió, y les prodigó amor, no hizo más que
crear esa fantasía, entre los seguidores del chavismo, de que está bien vivir del Estado y, es más,
hasta resulta un derecho adquirido por simplemente vivir en Venezuela. El
paternalismo de la Cuarta República se juntó con el mesianismo, para poco a
poco ir atando a una población ya proclive a las dádivas, a una situación de dependencia
en la cual la misma subsistencia depende de la adhesión al sistema y del culto
al caudillo.
Es
un sistema perverso, claro está, porque mezcla el atávico culto al héroe con
las más refinadas formas de control que fueron desarrolladas en los laboratorios
de poder de la Unión Soviética. Su efecto es mucho más difícil de mitigar por
esa falta de iniciativa que, a lo largo de nuestra historia, los venezolanos
hemos tenido para intentar cambiar nuestro destino, bien sea por la falta de
oportunidades para quienes las requieran, por haber invertido más en cualquier
otra cosa que en la educación de la juventud o por no haberse propiciado la
iniciativa individual. El chavismo es una consecuencia de esto: donde no hay
iniciativa queda el resentimiento y la envidia; donde hubo violencia, seguirá
habiendo violencia; donde hubo ignorancia, campearán –a sus anchas– las
mentiras y el proselitismo. Los mensajes esperanzadores de Capriles y de muchos
intelectuales, como Carrera Damas, de que el “pueblo venezolano” es trabajador,
honesto, humilde y proclive a la democracia, son abofeteados por la dinámica
del día a día de una parte importante de la población, que hizo suyo el mensaje
del odio, del racismo a la inversa y de la tiranía del “proletariado” para no
pensar en el futuro, para destinarse a vivir a costa de un marido millonario
que envilece y tortura, que obliga a no pensar en otra cosa que en la retaliación y la
venganza contra una “no sé qué burguesía”, en vez de pensar en constituirse en ciudadanía, con todos los significados
económicos y de progreso que esto implica para las sociedades.
Por Erwin López