El Muro de la Vergüenza fue derribado por la población de Berlín entre el 9 y el 10 de noviembre de 1989. |
Las tensiones
ideológicas entre los aliados que derrotaron a la Alemania Nazi en la primavera
de 1945, empezaron a aflorar desde el momento en el cual estaba en lisa la
decisión de quién iba a tener el honor de capturar la capital
nacionalsocialista. Ya derrotado, el formidable rival fue dividido
entre las potencias vencedoras, en áreas de influencia, correspondiéndole -a los
soviéticos- el sector Este y, al resto de los aliados, el Oeste. Esta separación, que iba a ser momentánea, y que correspondía a intereses de ocupación, se iba a
convertir en definitiva cuando se proclamaron dos estados alemanes diferentes,
uno bajo influencia liberal y otro bajo influencia comunista.
A pesar de una
convivencia que en general transcurrió sin sobresaltos, la opresión, la pobreza
y la falta de derechos individuales promovió la inmigración por parte de los
alemanes del Este hacia el Oeste, se dice que fueron alrededor de tres millones,
lo que llevó a la República Democrática Alemana a construir el Muro de Berlín y
a, efectivamente, cerrar toda la frontera entre las dos Alemanias. Según la
prensa oficial prosoviética, este Muro era una contención en contra de las
agresiones fascistas a la economía de la República Democrática Alemana y de los
intentos de “desestabilización” por parte de las potencias occidentales al eje
socialista. Pero todos conocemos la verdad, el libreto siempre se repite: el
Muro de Berlín fue, en realidad, el medio más efectivo que encontró el fascismo
soviético. Sí, uno bien feo y cruel, pero capaz de mantener a sus ciudadanos como
prisioneros. Nadie supo explicar, puertas afuera, ¿por qué si el comunismo era un
paraíso, la gente trataba de escapar de él?
Hoy en día, cuando
vemos cómo se levantan de nuevo las hegemonías “antifascistas” en América Latina,
las grandes preguntas que surgieron tras la caída del sistema soviético hace
dos décadas siguen sin ser respondidas por la izquierda, que muchos gustamos de llamar “trasnochada”. A los ideólogos de la miseria y del resentimiento no les
interesa responder por qué el corporativismo, la idea de un partido único y
todopoderoso, el control sobre la economía, la creación de organismos
supresores de las libertades fundamentales, el adoctrinamiento de la juventud,
la consecución de la hegemonía comunicacional y el mesianismo con el que se
trataron y tratan a líderes de izquierda en todo el globo, se corresponde, en
obra, al mismo proceder político que Adolfo Hitler utilizó para sumir a Alemania
en la más sentida vergüenza.
Es un hecho
histórico lamentable que los grandes aprendices de Hitler no suelan estar entre
los poderosos de siempre, sino entre quienes juraron defender los intereses y
derechos del pueblo trabajador. Los maestros soviéticos de la propaganda,
tildaron de traidores a quienes intentaron cruzar hacia el Oeste y achacaron
los males económicos de la economía planificada a una guerra de los intereses
empresariales de los países capitalistas en contra de los trabajadores, pero la
Perestroika desnudó las carencias, la crueldad y las mentiras del sistema
socialista. Ojalá que el Muro Antifascista (quizá sea más apropiado decir “el
Muro del Antifaz”), que impide el progreso de América Latina caiga y pensemos
más en producir que en envidiar, en trabajar que en victimizarnos, en tener
responsabilidad en vez de achacarle los problemas a enemigos imaginarios. Hay
que tomar conciencia de que las más grandes felonías en la Historia de la
Humanidad han estado disfrazadas con los más hermosos nombres, como diría, palabras más, palabras menos, el Señor de la Guerra, interpretado por Nicolas
Cage. ¡Qué así sea!
Por Erwin López